La Primera Conferencia General de Pesos y Medidas, en 1889, definió el metro como la distancia entre dos líneas en una barra de platino e iridio. Desde 1960 nos hicimos modernos y el metro oficial era la distancia recorrida por la luz en el vacío en 1/299792458 partes de un segundo. Pero para todos nosotros el metro es la distancia que viene marcada en una cinta extensible que se compra en la ferretería.

Medir la razón es mucho más difícil que hacerlo con las distancias. Y a veces es más inexacto. Si quiere no equivocarse mucho, le recomiendo que siga un sistema casi infalible: escuchar lo que dice últimamente Pedro Sánchez y plantearse que el sentido común suele estar en el lado contrario.

Esta pasada semana Pedro Sánchez no solo ha encontrado tiempo para ir a Cataluña a pagar unas deudas que tenía, sino que además ha descubierto que el mal de los agricultores españoles está causado por los grandes supermercados que bajan los precios. O sea, que como bajan los precios a los consumidores le pueden pagar poco a los productores. He ahí que tenemos a un presidente de Gobierno diciendo que hay que subir los precios de la cesta de la compra.

En realidad el margen de beneficio por unidad vendida de los tres mayores supermercados -según sus cuentas- es de tres céntimos. Pero es que, encima, en productos como manzanas o lechugas, apenas venden el 7% de las producciones que en su mayor parte, como casi todas las del campo español, se dedican a la exportación.

El ministro de Agricultura, Luis Planas, ha expresado también sus grandes ideas, haciendo honor a su apellido, que merecerían figurar en la antología nacional del disparate político. Pidió a los supermercados acabar con las "ventas a pérdidas" - las que se realizan por debajo del precio de producción- pero además anunció medidas legales para evitarlas.

Así pues, el Gobierno de todos los españoles está advirtiendo que va a impedir que los consumidores compren frutas, verduras y hortalizas al precio más bajo posible. Parece increíble, pero eso es justo lo que están diciendo. Lo que nos lleva a deducir, átense los machos, que lo siguiente que harán será cargarse las rebajas, las promociones, los descuentos, los black fridays y los saldos.

Tal vez sean los efectos de la contaminación atmosférica o la muerte neuronal causada por el calentamiento global, pero algo está pasando en la clase política dirigente cuando piensa y dice que la manera de sostener al sector primario, además de inyectándole todas las subvenciones habidas y por haber, pasa por encarecer los productos de la cesta de la compra a las familias españolas.

Es absolutamente cierto que los productores de este país reciben un pequeño porcentaje (entre el 10 y el 20% habitualmente) del precio de venta al público de sus producciones. Pero esto es así porque los mayores costos -y beneficios- se producen en la cadena de distribución y comercialización de los productos. Tanto lo sabían los plataneros canarios que mientras lloraban por aquí -porque el Sur es una tierra que llora mientras cobra- se fueron a Madrid y constituyeron, asociándose con maduradores y una gran multinacional, una de las mayores empresas europeas de comercialización no solo del plátano canario, sino de todos los productos agrarios, incluyendo la banana que ya tiene copada casi la mitad del mercado peninsular.

Ocurre que se están discutiendo los recortes en la Política Agrícola Común: esos más de cincuenta mil millones que se destinan a subvencionar a todos los agricultores europeos. Y el campo español se ha tirado a la calle para escenificar que ni se les ocurran tocarles el bolsillo. Y los nervios, debe ser, digo yo, hacen que a los presidentes y ministros se les vaya el santo de procesión por los cerros de Ubeda y acaben mezclando supermercados con lechugas y liándose el plátano -por no decir el nabo, que igual queda feo- con lo que pagan por comer las familias españolas usando lo poco que les sobra después apoquinar la luz, el agua, los Ibis, las basuras y los impuestos que sostienen a sus ministros.

Todo lo que se mantiene apoyado en colchones, sostenes y muletas, corre el peligro de convertirse en ineficiente. Y de entrar en colapso, cuando se le retiran los apoyos. La España del siglo XXI, como la Costa, anda necesitada de escuela y despensa. Pero formamos parte de un mundo donde las fronteras se difuminan. Las producciones de otros países, si son más baratas, entrarán en nuestros mercados y favorecerán a los consumidores que podrán adquirir bienes a menor costo. De igual forma que nuestros productos, si son mejores, pueden ser adquiridos en otros lugares.

La experiencia en economía nos ha enseñado que el secreto del éxito consiste en hacer aquello para lo que estemos mejor preparados y tengamos mayores capacidades. Si de paso eligiéramos mejor a nuestros ministros, ya sería la leche.