¿Es aceptable que una gran empresa con beneficios pueda cerrar una fábrica sin buscar alternativas para sus empleados y la comunidad local que durante años la ha ayudado crecer y ganar dinero? ¿Es legítimo que se utilicen los despidos masivos y las prejubilaciones? ¿Se debe permitir a las nuevas plataformas digitales que precaricen el empleo? ¿Tiene sentido que los sueldos de los altos directivos de las grandes empresas sean más de 90 veces el salario medio de sus empleados? ¿Se debe permitir a las grandes empresas que recompren sus propias acciones para favorecer a sus accionistas y altos directivos? ¿Es justo que utilicen a su conveniencia los sistemas fiscales para pagar menos impuestos?

Antes de continuar, vaya por delante que no estoy planteando una causa general contra las grandes empresas. Han hecho aportaciones muy importantes al dinamismo de la economía y a la prosperidad de los países. Pero en las últimas décadas algunos comportamientos se ha alejado de la ética exigible en los negocios, han perjudicado la salud de la economía, han provocado la pérdida de confianza social y han favorecido el populismo político.

Por un lado, los escándalos corporativos han estado a la orden del día: fraudes, robo y apropiación indebida de activos de la empresa y corrupciones de todo tipo. Ha ocurrido no sólo en el mundo de las finanzas, sino en la mayoría de sectores. El del fraude en los controles de emisiones de CO2 por parte de Volkswagen es un caso paradigmático.

Por otra parte, la investigación económica reciente ha demostrado que algunos de los síntomas de enfermedad de las actuales economías -baja inversión, débil productividad, lento crecimiento, consumo insuficiente, bajos salarios y aumento de la desigualdad- son debidos en buena parte al comportamiento de las grandes corporaciones.

Todo esto ha provocado una pérdida profunda de confianza en las grandes empresas y la economía de mercado. La consecuencia política es el aumento del voto a los dirigentes populistas.

Los directivos viven con desazón este cuestionamiento de su función. Recuerdo la incomodidad moral de un conocido banquero al decirme que si tuviese que volver a comenzar su vida profesional no escogería ser banquero. Me hizo recordar el chiste: "No le digas a mi madre que soy financiero, ella cree que soy pianista en un bar de alterne".

¿Cuáles son las causas de esta deriva moral del capitalismo corporativo? Es tentador pensar que los escándalos son casos singulares, producto de la avaricia de algunas personas concretas. Pero no es así. Estas conductas poco éticas responden a un problema sistémico en el funcionamiento de las grandes corporaciones.

Las corporaciones son un tipo de empresa en la que ha desaparecido la figura del propietario-gestor. En su lugar, la propiedad está muy diversificada en pequeños inversores (o en fondos de inversión) y separada de la gestión, que está en manos de directivos profesionales. Este tipo de empresa ha tenido una expansión muy fuerte desde los años setenta del pasado siglo como consecuencia de tres procesos: la expansión desmesurada y enfermiza de las finanzas; la globalización sin control; y las políticas nacionales de desregulación, especialmente de las relaciones laborales. Esos tres procesos han hecho que el coste de ser ético en los negocios sea muy elevado.

Las corporaciones tienen una tentación cortoplacista, consistente en maximizar el beneficio a corto plazo, mayor que en las empresas donde la existencia de un propietario vinculado al proyecto empresarial favorece la visión a largo plazo. Esta visión cortoplacista fue legitimitada ideológicamente por el conocido economista de la Universidad de Chicago y Premio Nobel de Economía Milton Friedman. En los años setenta del siglo pasado Friedman escribió que la única responsabilidad social de un directivo es maximizar el dividendo para las accionistas. Este criterio de dar primacía a los interés de los accionistas frente a los intereses de los demás grupos vinculados a la empresa fue convertido por las escuelas de negocios en el mantra de la gestión empresarial. Como dice el refrán "de aquellas aguas han venido estos lodos" de los escándalos que he mencionado más arriba.

¿Qué hacer? Pensar el futuro de las sociedades capitalistas y de las democracias parlamentarias liberales exige repensar el propósito y el funcionamiento de la empresa. De lo contrario, el malestar social y el populismo político irán en aumento.

Es necesario cambiar la ética empresarial egoísta en favor de los accionistas por una ética de la responsabilidad con todos los interesados. De no ser así, la ley de Gresham, que dice que cuando circulan dos monedas la gente tiende a pagar con la mala, también se cumplirá con la ética empresarial.

La buena noticia es que en los últimos años están surgiendo movimientos de reforma desde el propio mundo empresarial. Los dos más recientes son el manifiesto de la "Business Rountable" firmado en agosto pasado por casi doscientos ejecutivos de las principales corporaciones norteamericanas y el manifiesto del "World Economic Forum" presentado en la reunión de Davos, Suiza, la semana pasada.

El manifiesto de la "Business Rountable" hace acto de contrición por la primacía que han dado al criterio de priorizar el beneficio para los accionistas. Lo consideran parte de los males sociales y políticos actuales. A partir de ahora se comprometen a gestionar sus empresas teniendo en cuenta los intereses de todos los grupos implicados ("stakeholders"): proveedores, clientes, accionistas, trabajadores y comunidades donde llevan a cabo sus actividades.

Colin Mayer, uno de los economistas más influyente en este movimiento de reforma, ha señalado que el propósito de las empresas no es hacer ricos a sus propietarios, sino producir bienes y servicios que satisfagan necesidades sociales de forma sostenible, y en ese proceso lograr un beneficio para sus propietarios. Empresas con propósito y rentabilidad.

Habrá que ver qué dan de sí estos movimientos de reforma. Pero el cambio de perspectiva es evidente. Las empresas son una pieza esencial a la hora de construir una sociedad más prospera, inclusiva, justa y una economía más amable con el planeta. Necesitamos empresas con alma.