La banca siempre gana. Esa frase viejuna encaja como un anillo a un dedo para explicar con un puñado de palabras la negativa de Hacienda a devolver a las comunidades autónomas los 2.500 millones del IVA de 2017. Eso, unido a las sospechas de un trato diferenciado a los habitantes de Cataluña, provocó ayer un incendio en el Consejo de Política Fiscal y Financiera (CPFF). La ministra Montero ofreció a los responsables de las huchas regionales compensar la merma suavizando dos décimas los objetivos de déficit, pero eso son como las cuentas de la lechera: suenan bien, pero alimentan poco. Ni los opositores ni los amigos de Pedro Sánchez quieren incrementar sus niveles de endeudamiento. La primera cicatriz del pacto de progreso sellado entre el PSOE y Unidas Podemos no parece preocupante. Vamos, que los acuerdos de gobernabilidad no van a saltar por los aires por una cuestión que quieren justificar con un "fuera de plazo". Hasta ahora todo iba más o menos bien. Incluso, los diputados morados no se agitaron más de la cuenta con la presencia de Felipe VI en la apertura de la primera legislatura de coalición. Los independetistas sí que dieron la nota con sus ausencias, pero no ocurrió nada del otro jueves. La guerra llegó cuando las perras se convirtieron en el eje central del debate. Y eso que todavía queda mucha tela por cortar para que se abra la compleja negociación presupuestaria.

Sánchez tiene el escenario perfecto para desarrollar una buena estrategia de vasos comunicantes -el color rojo con el que se ha tenido el mapa nacional es una invitación al diálogo-, pero los conflictos son múltiples. No solo por el intercambio de cromos que proponen los separatistas -apoyo en el Congreso a cambio de privilegios para sus mártires-, sino por unas divisiones tan cristalinas como las que representan el voto dividido de Ana Oramas (Coalición Canaria) y Pedro Quevedo (Nueva Canarias). El pin parental acabará siendo una escaramuza de patio de colegio cuando los números se pongan sobre la mesa. En ese instante se podrá calibrar al cien por cien la musculatura de un ejecutivo que aún está en la fase de contentar a todos. Sobre todo, a los más allegados a los sueños quiméricos de Puigdemont, Junqueras, Torra y los 'jordis'. No nos engañemos, los gestores de cataluña no han dejado de exigir prebendas económicas al Estado pero, entre col y col, avivan un pleito que se agita en función de sus intereses. En octubre de 2019 Barcelona era un campo de batalla con tintes apocalípticos. Hoy la situación de letargo social que se vive en las ramblas -donde los carteristas siempre se mueven con la holgura del mes de agosto-, por fortuna, está más próxima al estallido folclórico que se produce el Día de la Marmota que a la fractura que proponen los radicales. Recuerden. Cuando de por medio hay pasta, algunos son más peligrosos que un cochino 'pa' cáscaras. Hagan juego, pero no olviden una cuestión fundamental: la banca (sí o sí) siempre gana.