George Steiner ha sido probablemente el último de los sabios renacentistas tardíos. Celebró la diversidad del mundo de las ideas en cuatro idiomas y lo investigó todo, desde la tragedia griega hasta la lingüística del sexo. Reflexionaría también sobre el poder del arte para avanzar en la civilización y, a la vez, mantuvo viva la curiosidad en torno a lo que él mismo definió como "la ruleta de la supervivencia", que le permitiría poder escapar del nazismo. Steiner creció en una insigne familia de judíos austriacos que se había establecido en Francia poco antes de su nacimiento. Muy temprano, con los primeros pogromos en París, y mientras su familia observaba a las turbas desde el balcón de casa, recibiría de su padre una lección que le iba a servir para toda la vida. "Esto se llama historia, y nunca debes tener miedo", le dijo. Para un niño de seis años esas palabras fueron transformadoras, contaría mucho después: "Desde entonces, sé cómo llamar a la historia". No es precisamente un conocimiento simple el que George Steiner adquirió mientras contemplaba con los ojos de un niño la persecución de los judíos. En la breve historia de nuestra residencia en la tierra, como él mismo escribió, somos un bípedo capaz de un sadismo indescriptible, de terrible ferocidad territorial, de todo género de codicia, vulgaridad y abyección. Desde las peores crisis del mundo nada ha cambiado en cuanto a la inclinación que mostramos por las matanzas, la superstición, el materialismo y el egotismo carnívoro. Se puede decir que existen sociedades más o menos fallidas, pero la condición humana es universal y resulta universalmente decepcionante. He leído que el Sabio murió a los noventa años cansado de sobrevivir en un lugar donde no se sentía cómodo.