Ya se sabe que si Alfonso Guerra se mordiese la lengua por accidente tendría muy pocas posibilidades de sobrevivir. Ha dicho ahora que si Pedro Sánchez va a visitar finalmente a Quim Torra será por interés antropológico. El viejo socialista ha definido, con algunos trazos brutales, los grandes errores que está cometiendo su partido deslizándose hacia la extrema izquierda en un viaje que que tendrá un doloroso retorno.

Es indudable que las negociaciones de Sánchez con el soberanismo catalán -para asegurarse su propia investidura- han conseguido, de rebote, un cambio radical de escenario que hay que valorar: el divorcio de Esquerra Republicana de Cataluña del resto del bloque independentista, seducidos por la idea de que el Partido Socialista de Cataluña puede apoyar a un presidente republicano con algo más de seso y que no esté manejado a control remoto desde Waterloo.

Esa insidiosa grieta que se ha abierto en el muro catalán es toda una noticia. Y es algo que debe cuidarse para conseguir una fractura definitiva. Por eso es irresponsable y torpe por el PP, a estas alturas, pedir medidas -como el 155- que podrían actuar de pegamento de lo que se está despegando. Lo que tiene mucho menos sentido es que Moncloa sostenga la necesidad de escenificar una reunión entre presidente del Gobierno de España y un presidente inhabilitado que se aferra a su sillón como un náufrago a los restos del barco en el que viajaba.

Se me escapa, en la comprensión cabal de la estrategia de Madrid, la necesidad de esa entrevista delicuescente con alguien que ya se sabe que está de salida, por no decir de estampida. Alfonso Guerra pone el dedo en esa llaga con la misma crudeza que lo sitúa en el costo para el PSOE de todos estos acontecimientos. El deslizamiento hacia la izquierda de la socialdemocracia española, fundamental para entender este país moderno en que vivimos hoy, ha desdibujado la moderación que un día era la seña de identidad de los socialistas.

Los costos de una política contaminada por las premisas radicales de Podemos y la cesión ante las conveniencias del Partido Socialista de Cataluña y sus ambiguedades son difíciles de calcular. Pero serán importantes. El enorme esfuerzo fiscal que va a recaer sobre la sociedad española durante los próximos años -la única manera viable de mantener las políticas que se han propuesto- en un contexto de incertidumbre económica extrema y de frenazo al crecimiento, va a causar estragos sociales en unas clases medias que ya vienen tocadas del ala después del desastre de Zapatero y la terapia de impuestos y recortes que aplicaron los gobiernos del Partido Popular.

A Cataluña le irá bien porque con la llave de las amenazas abrirá el grifo de los fondos del Estado. Lo mismo que al País Vasco. Pero España es mucho más que ellos, aunque últimamente solo se hable de lo mismo.

Hay territorios, enormemente pobres, que van a pagar la factura que cobrarán los ricos. Solo es cuestión de tiempo que nos enteremos.