Los sacrílegos también lloran. Terry Jones no encabezaba la lista de los miembros más populares de Monty Python, pero la muerte de la madre de Brian plasma la evidencia de que hoy sería impensable rodar la parodia del Mesías. Aquel joven desubicado y milagrero no tendría derecho a nacer. Y la utopía incurriría en voluntad suicida si se tratara de bosquejar cualquier retrato cinematográfico de Mahoma que no gozara de la aprobación previa de Isis.

Jones dirigió La vida de Brian, reciclando los decorados tunecinos que había montado el suntuoso Franco Zeffirelli. Este trabajo sitúa al galés fallecido a la altura de Chaplin o Buñuel, se omitirá a Woody Allen porque también ha ingresado en el índice de los autores prohibidos. Ni Annie Hall ni Brian tienen cabida en la era de los delitos de odio, la sospecha que define a toda interacción humana. Pese a ello, ningún tratado filosófico ni económico contemporáneo ha golpeado a la sociedad con la energía de la película bíblica. Y todos sus espectadores reconocen que salieron renovados de la experiencia.

Jones es el Monty Python de la voz atiplada, ideal para interpretar a las detestables consumidoras de telebasura, a las amas de casa que sirven pastel de rata a sus familias, a las bandas de feroces mujeres atracadoras que empuñan sus bolsos como armas para desvalijar a sufridos viandantes, o al potentado que debate con otros magnates por el título de la infancia más desgraciada. Además por supuesto de la madre de Brian. La brigada de humoristas intelectuales de Oxford y Cambridge no pretendía socavar los principios sociales, sino llevarlos al extremo, desde el desprecio absoluto hacia los demás y sobre todo hacia sí mismos. Emprendieron una monumental cruzada contra la burocracia, con derrota garantizada.

La fase más heroica de Jones, nacido con la Segunda Guerra Mundial, coincidió con el conflicto de Irak. En 2003 enhebró una serie de artículos memorables, en abierto contraste con los comentarios acobardados de la prensa mundial, incluido el ufano New York Times. La síntesis de sus columnas contradiciendo a la coalición era "¿cómo va a rendirse el terrorismo, que es un sustantivo indefinido?" Cuando los cómicos actuales intentan un Monty Python, engendran el pálido Jo Jo Rabbit, el hermano de Anna Frank. Evocar las carcajadas que debemos al hosco Jones confirma que hubo tiempos mejores que estos, así que somos culpables de la degradación.