El nuevo dúo Sacapuntas de la política contemporánea, ese tándem apocalíptico que forman Pedro Sánchez e Iván Redondo, es como el caballo de Atila. Por donde pasan no vuelve a crecer la hierba. La trayectoria zigzagueante que siguen como estrategia general en cualquier asunto, con declaraciones que luego se contradicen y actos que no se compadecen con lo dicho, es como el aguarrás para la cordura. Y ya se están viendo sus primeros efectos en Cataluña.

Nada más poner sus manos en Esquerra Republicana de Cataluña, se ha producido una escisión en el bloque independentista. El acuerdo suscrito en la penumbra de la caverna de esas conversaciones nunca reveladas, en un lugar donde no llegan las luces y los taquígrafos, supone que los socialistas catalanes apoyarían un presidente de ERC en unas futuras elecciones autonómicas. O sea, el incentivo suficiente para que los republicanos catalanes hayan abandonado a Quim Torra a su suerte y le conduzcan de cabeza a convocar unas elecciones anticipadas.

Lo que vamos a ver, pues, en los próximos meses es una pelea fratricida entre Junts per Cataluña, el partido de Puigdemont y Torra, y los "traidores" de ERC, que han pactado con Madrid. En todo matrimonio habita un gusano. Y en cualquier acuerdo entre partidos políticos hay una gusanera. Una cuya tapa ha terminado abierta entre los independentistas gracias a los buenos oficios de Moncloa.

Pedro Sánchez, que todo lo subordina a sus propias necesidades, tanto es capaz de secuestrar un helicóptero que está participando en la búsqueda de un desaparecido por el temporal Gloria, porque quiere darse un paseo presidencial desde las alturas, como de jugar con perversa paciencia a cambiar el equilibrio de poderes en Cataluña para solucionar por la puerta de atrás el conflicto soberanista. Y para ambas cosas es capaz de utilizar sabiamente los mecanismos del Estado que se le sirve de instrumento.

El espectáculo de Torra aislado en el Parlamento, enfrentado al cumplimiento de la condena que le inhabilita como diputado y presidente, ha sido el primer acto de una apuesta muy fuerte. Si Junts per Cataluña no es capaz de rentabilizar electoralmente en las próximas su papel de víctima de una alianza de ERC con Madrid, está condenada a convertirse en la oposición a un nuevo gobierno de alianza de los de Junqueras con los socialistas. Si logra convencer a un electorado cada vez más radical de que ERC se ha transformado en un obstáculo para la vía de la secesión unilateral, el empoderamiento independentista aterrizará en un nuevo escenario aún más radical.

Sea como sea, la situación en Cataluña ha cambiado de manera irreversible. Ya no existe la unidad de actuación soberanista y se vislumbra una grieta enorme entre los dos grandes partidos que han sido protagonistas de todas las movidas que hemos tenido hasta ahora. Mientras en el ámbito institucional Sánchez se ha lanzado a suavizar las aristas jurídicas y penales para Junqueras -con un altísimo costo de imagen- por el otro ha provocado un interesante divorcio en el otrora sólido bloque independentista. No está mal.