En el lapso de dos semanas adquirí los dos últimos libros sobre Javier Pradera, teniendo en cuenta que en su día leí Camarada Pradera de Santos Juliá, suman tres. Sin embargo, de él no he leído ninguno; a pesar de que se le tuvo por ágrafo, en el último nos despeja esa duda su autor Jordi Gracia, diciendo que no lo fue. Es fácil suponer que quien me atrae es el personaje, el hombre de acción sobre el pensador (que también), de acción como los aventureros vascos de su paisano donostiarra Pío Baroja.

Nuestro hombre es hijo y nieto de Víctor Pradera, ideólogo y político tradicionalista, asesinados los dos por las izquierdas en la prisión de Ondarreta de San Sebastián. Como le reprochó su tío que les recogió, se pasa al bando de los que habían asesinado a su abuelo y padre. En la universidad se mete en el Partido comunista, va a la cárcel varias veces y a París a discutir con Carrillo, antes de que se le enfrenten Jorge Semprún y Fernando Claudín. Ha hecho oposiciones, tras estudiar Derecho, al cuerpo jurídico del Ejército del Aire, de donde le expulsan.

El peso teórico de Pradera en la clandestinidad es notorio, sin que en absoluto se someta al centralismo democrático del partido. Traba estrecha relación con Jorge Semprún, el hombre del exilio que pasa al interior y cuya audacia resulta legendaria. La amistad y las desavenencias jalonan su vida pero siempre acaba fiel a sus amigos. Es el gran intelectual de izquierda de España, y su cultura humanista se expresa desde la dirección literaria del Fondo Económico de Cultura y después Alianza; ha pillado la efervescencia del libro de ensayo, y su final. Pero desde donde en verdad es influyente es desde las editoriales de El País. Viene a ser el disco duro del PSOE de Felipe González. Evoluciona hasta la socialdemocracia, dejando atrás a Fernando Claudín que persigue un socialismo intermedio. Sus amigos más íntimos resultan ser los reputados como social-liberales Solchaga, Aranzadi y Maravall, el intelectual del PSOE. Y el gran maestro será Dionisio Ridruejo falangista de primera hora, encarcelado por Franco, y precursor de la Reconciliación nacional (que hará suya Carrillo), que inspira su pasión por las ideas, y a quien también biografió Jordi Gracia. Javier Solana y Borrell son los manirrotos, para quienes el gasto público es pura alegría. Pradera se ajusta a la perfección a esa figura diluida en España del liberal de izquierda, pero sin abandonar la socialdemocracia (la fe arrolladora le venía de familia) ni la propensión a los sarcasmos (homicidas, según Jorge Herralde).