El ministro Ábalos no recibió ningún Goya el sábado, a pesar de haber protagonizado una de las mejores comedias de enredo de la temporada. Sus excusas negando primero haber subido y bajado por las escaleras del avión de la vicepresidenta de Nicolás Maduro, Delcy Rodríguez, emulan el discurso 'contratante de la primera parte' que descubrió irremediablemente geniales a los hermanos Marx. Lo que ocurre es que por muy cómicas que puedan resultar las excusas y contradicciones de Ábalos, muy al estilo de cónyuge cazado en renuncio, su comportamiento chafarmeja resulta un desastre para la imagen del Gobierno español. Supongo que Pedro Sánchez podría haber intentado remediar el desaguisado de Ábalos y su catálogo de desfachadas tonterías justificativas de lo injustificable (recibir a una sujeta que tiene orden de ser apresada en Europa por graves delitos contra los derechos humanos), pero prefirió quedar bien con su socio Pablo Iglesias, antes que imitar a los principales líderes europeos, dando a Guaidó el tratamiento de presidente de Venezuela que le corresponde y le ha sido reconocido por la mayoría de las democracias del mundo, España incluida. Muy al contrario, el vicepresidente español sí se refirió a Guaidó como "líder de la oposición" a Maduro. Le faltó tratarlo de gusano, al estilo castrista.

Frente a la estrambótica ausencia de una política coherente sobre Venezuela por parte de nuestro Gobierno, Guaidó tuvo en su visita a España un comportamiento ejemplar y extremadamente prudente, negándose a amplificar los discursos más o menos abencerrados de la oposición a Sánchez. Guaidó actuó en todo momento como un presidente de visita en un país amigo, mientras Sánchez se escondía poco gallardamente tras las faldas de Iglesias y las equidistancias de Zapatero, que en esto de la crisis de Venezuela parecen estar uno demasiado verde y el otro demasiado Maduro.

Porque -si no se trata de una concesión a la propaganda podemita en relación con Venezuela- es incomprensible el sorprendente viraje en la posición del Gobierno español en relación con la crisis que se vive en la república. España participó con el resto de las naciones de Europa en la legitimación mundial de la autoproclamación presidencial de Guaidó, y ha respaldado las iniciativas europeas y americanas para buscar una solución de la crisis, que pase por la renuncia de Maduro y el restablecimiento de la democracia. La afrenta de estos días a Guaidó, ofreciéndole un recibimiento de bajo nivel, volatiliza y dilapida el crédito y prestigio de España y su gobierno entre la oposición al chavismo y deja fuera a la diplomacia de nuestro país como interlocutor aceptable en el conflicto. El pretendido 'buenísmo' de Zapatero, su farisea neutralidad asegurando que el feo realizado a Guaidó es la mejor manera de poder jugar como interlocutor entre las dos partes, demuestra que ni Zapatero ni Sánchez han entendido de qué va esto: va de elegir entre quienes quieren que Venezuela salga de la tiranía, y quienes han destruido el país, arruinado a los venezolanos y encarcelado a los disidentes.

Sánchez está a tiempo de corregir el rumbo y volver al camino correcto: puede empezar por pedir a Ábalos que explique qué diablos se le pasó por la cabeza cuando se coló en secreto en el avión de la vicepresidenta. Ha dicho que intentaba evitar que saliera del avión, pisara espacio Shengen y provocara un conflicto diplomático. Como si entre sus competencias de transporte estuviera actuar como portero de discoteca. Ábalos debe explicar este ridículo lance en el Congreso.