Mark Twain nació en una aldea "casi invisible" de Missouri, llamada curiosamente Florida, pero el escritor lo narra mejor. "El pueblo contaba con cien habitantes, por lo que aumenté la población en un uno por ciento. Es más de lo que muchos de los grandes personajes históricos podrían hacer por una ciudad". El Gobierno de España ha superado el impacto porcentual del gran autor satírico, con Pedro Sánchez en el papel de Tom Sawyer y Pablo Iglesias interpretando a Huckleberry Finn.

El consejo de ministros subió las pensiones un 0,9 por ciento en su reunión inaugural, casi un Mark Twain. En la tercera vuelta, los salarios de los funcionarios se elevaron un dos por ciento, doblando el influjo del escritor. No es del todo justo calibrar si ambos aumentos son suficientes en sí mismos, parece más válido contrastar si hubieran sido implementados por un Gobierno de otro color.

Al margen de la humareda circundante, el Gobierno se mide hasta la fecha por las subidas de las pensiones y los sueldos públicos. En tiempos de regateos parlamentarios, ha ofrecido un 2% de revolución, o la revolución del 2%. Este giro parece insignificante pero, trasladado a otras áreas, modificaría la realidad hasta dejarla irreconocible. En el suceso reciente que más ha conmovido a la opinión pública, una plancha metálica voló tres kilómetros en Tarragona antes de matar a un vecino en su hogar. Modificando en un 2% la trayectoria o la velocidad del gigantesco proyectil, el fallecimiento no se habría producido.

La modificación de un 2% en las leyes cósmicas colapsaría de inmediato el Universo, los más pesimistas pueden extrapolar el daño para España del seísmo ensayado por la Coalición Progresista. Quienes se preguntan en contra de Kennedy qué puede hacer este Gobierno por ellos, deben recordar que un 2% supondría otorgar un año y medio suplementario de vida a cada español. ¿Aciertan quienes consideran pálidos los logros de Sánchez, frente a las expectativas creadas? No necesariamente, porque si bien Simon Schama establece en Ciudadanos que "pedir lo imposible es una buena definición de una revolución", lo imposible se desencadena mucho antes de llegar al cien por cien. Las grandes movilizaciones clásicas implican alteraciones entre el diez y el quince por ciento.

El sector pragmático finge estar más preocupado por el coste del Gobierno que por su impacto o popularidad. Es una inquietud protectora, porque el gasto social lo pagan siempre las clases medias, las únicas ubres a ordeñar con un flujo suficiente. El 2% de revolución se dispara a miles de millones de euros, al contemplar su impacto colectivo. No es descabellado preguntarse si los revolucionarios del matrimonio de conveniencia entre PSOE y Podemos están tirando el dinero, al diseminarlo en cantidades que no satisfacen ni a los perceptores ni a los abonadores.

Por fortuna, los economistas Emmanuel Saez y Gabriel Zucman argumentan con convicción en El triunfo de la injusticia que "los pobres consumen todos sus ingresos, mientras que los ricos ahorran una pequeña parte y los ultrarricos lo ahorran casi todo (intente gastar mil millones de euros en un año)". Además, una parte sustancial del dinero no consumido se traslada a destinos exóticos, con nulo beneficio para la población del país de origen. De ahí que los autores concluyan que "un euro es más valioso en manos de un pobre que de Bill Gates", aunque es probable que los magnates de Silicon Valley disputen esta asignación hasta el último euro.

Al día siguiente de que los ciudadanos agraciados ingresen en cuenta el 2% de revolución, los miles de millones de euros se canalizan hacia las estructuras empresariales de quienes se pronuncian con mayor hostilidad contra esos porcentajes. El ciclo funciona con la exactitud de un proceso metabólico, ojalá que la inyección de liquidez al consumo económico reprodujera su éxito en el área política, que la mayoría circunscribe a Cataluña.

Es dudoso que Esquerra se conforme con un 2% de revolución, o que el Gobierno esté dispuesto a alcanzar el mismo porcentaje de cesiones frente al independentismo que ante los pensionistas y funcionarios, catalanes o no. Sin embargo, por lo menos hablan, Rajoy había vedado hasta el uso de la palabra. En la síntesis de Egon Bahr, el cáustico enviado de Willy Brandt para desarrollar su Ostpolitik mirando hacia la Alemania Oriental, "antes no teníamos relaciones, ahora al menos tenemos una mala relación". Al rebajar notablemente sus aspiraciones, Iglesias y Sánchez siguen el ejemplo de Mark Twain, buscarse un propósito modesto para garantizarse el cumplimiento del objetivo, incluso con creces. Por eso el escritor escogió no nacer en Nueva York, al revés que tanta gente.