Los tiempos están cambiando. Ya lo cantaba Dylan, que era un profeta. España reconocía hace un año a Juan Guaidó como presidente interino de Venezuela. Una figura emergente que buscaba el apoyo internacional ante el régimen dictatorial de Nicolás Maduro, apoyado en las bayonetas. Doce meses después, el presidente Pedro Sánchez le hace un estentóreo vacío -como diría Gil- a ese presidente que antes reconocía.

Sánchez es un converso del diálogo. Como Saulo, cuando se cayó camino de Damasco deslumbrado por un rayo divino, el presidente español se cayó desde el atril del Congreso hasta su nuevo nuevo colchón de la Moncloa, deslumbrado por los independentistas catalanes. Desde entonces le ha dado por hablar. Por eso se va a ir a Barcelona, para encontrarse con ese dechado de virtudes soberanistas que es Quim Torra, aunque antes quizás se deba inocular una vacuna contra esa bestialidad española que agudamente denunció el presidente de la Generalidad.

Pero el espíritu de diálogo solo alcanza hasta el Mediterráneo. Sánchez no tiene ningún interés en parlamentar con Guaidó sobre la crisis humanitaria que vive hoy Venezuela a pesar de que España se ha convertido en receptor de miles de refugiados políticos que han terminado huyendo de aquel país. Más de cinco millones de venezolanos han salido por piernas huyendo del chandalero bolivariano y su siniestra policía política.

Es verdad que Guaidó, que deslumbró con la puesta en escena de su presidencia alternativa, se ha sumergido en un callejón sin salida. Los militares que iban a desertar de la dictadura terminaron poniéndose al lado de Maduro, que aguantó la presión internacional con el cariñoso apoyo, entre otros, de Rusia, China y Cuba. Lenin los cría y ellos se juntan. Y el apoyo de Estados Unidos, ese torpe abusón que se cree el gendarme del planeta, le hizo a Guaidó un flaco favor.

Sea como sea, el Gobierno de España tendría que abrir las puertas a una de las pocas esperanzas de regeneración democrática de Venezuela. Las mismas que abrió el ministro Ábalos esta semana al ministro de Turismo del régimen de Maduro. Las mismas que ahora se cierran inexplicablemente, para que media España piense, usando solo una gotita de mala leche, que algo tendrá que ver en el cambio de posición política aquella rancia historia de que Pablo Iglesias y sus muchachos estuvieron pagados y bien pagados por la dictadura bolivariana para crear en nuestro país un movimiento populista. A nuestro presidente le da perfectamente igual. Está acostumbrado a hacer las cosas que más le convienen. Qué más da que su gesto no tenga coherencia, si tiene sentido ante sus socios de gobierno.

El relato de los desastres, de las ejecuciones extrajudiciales, de los miles de detenciones, de la represión en las calles o de la inseguridad alimentaria que afecta a un ochenta por ciento de los hogares del país sería casi interminable. En Canarias hay ya más de setenta mil venezolanos. Y el número sigue creciendo. Lo peor que podemos hacer es darles la espalda a quienes una vez nos dieron la mano.