Ángel Víctor Torres tuvo que tirar de lo más cercano para resolver la minicrisis abierta por la ascensión de Carolina Darias a los ministeriales palacios de la Villa y Corte. Después de descartar la remodelación amplia que se le pedía desde el partido en Gran Canaria (incluyendo la decapitación de Teresa Cruz Oval), Torres optó por una resolución de crisis al estilo del socialismo agrario: que la siembra quede lo más cerca que se pueda de la hacienda. Dicho y hecho, tiró sin dudarlo de su recurso preferido, el comodín Máñez, su mano derecha en el partido, una señora de su absoluta confianza, licenciada en historia y originalmente vinculada al sindicalismo ugetista, a la que ha ido colocando sucesivamente en cada vez mejores y más importantes puestos, premiando la fidelidad y la prudencia. Torres se encontró con Máñez cuando aún crecía a la sombra de los discretos almendros plantados por José Miguel Pérez en el Gobierno de Paulino Rivero. Pérez la había premiado con la dirección del Instituto Canario de la Mujer, lanzadera perfecta de carreras políticas (véase la irresistible ascensión de Rosa Dávila desde el Instituto hasta la Consejería de Hacienda) que Máñez desempeñó sin mucha pena ni demasiada gloria, pero le proporcionó el pedigrí feminista necesario para crecer en estos tiempos, y el impulso imprescindible para situarse como una pieza clave en la agrupación grancanaria del partido.

Cuando Pérez se retiró del mando en plaza (harto de malgastar su tiempo, sacrificar su carrera académica y exponer a su familia), y Torres cogió el relevo, Máñez se adaptó sin un instante de dudas a los nuevos aires e ingresó rauda en la cuadra del flamante secretario general, acompañándole en la nueva ejecutiva como secretaria de acción social, área que también desempeñó en el Cabildo grancanario, a las órdenes de Torres. Con la moción de censura a Rajoy, Máñez saltó a la Delegación del Gobierno, y luego se presentó al Congreso por la provincia de Las Palmas, ganando escaño el 28 de abril y de nuevo el 19 de noviembre.

Pero no estaba escrito que siguiera pastando en San Jerónimo. Con la elección de Darias como ministra, había que encontrar una mujer que la sustituyera, y Torres lo tuvo claro: mejor Máñez en el Consejo de Gobierno que cualquier otra. Al presentar su nombramiento a los medios, se refirió a la dilatada trayectoria y experiencia política de su compañera. Quizá debió hablar más de la velocidad con la que ha logrado forjar su carrera la consejera, y de su asombrosa capacidad de adaptación como comodín en todas las manos: Elena Máñez es desde hace tres años la carta con la que Ángel Víctor Torres remata la jugada final en las listas y los cargos. Siempre ganadora. Pero le dura poco: ha cambiado de sillón cinco veces en un par de años. En fin, que lo suyo más que un currículo es un relámpago.

Es una política muy versátil, que lo mismo sirve para zurcir una candidatura que para ocupar una sinecura, pero no puede decirse que le haya dado tiempo de sacarle lustre a ninguno de sus destinos.

Pasó por la Delegación del Gobierno con más pena que gloria, organizando encuentros bajo palio institucional a su secretario, citas de lucimiento electoral que no acabaron necesariamente bien, o pifiándola al explicar el desastre del Sive. Apenas aguantó en el Congreso para votar unas cuantas veces la investidura de Sánchez, la última con éxito. Y ahora aterriza en Economía, Conocimiento y Empleo y más yerbas, convencida de que es el lugar adecuado para trabajar por la buena economía, que es -según asegura- "la que hace la izquierda".

En fin, que más que desearle suerte en la nueva andadura (es de bien nacidos y además conviene) a Elena Máñez hay que desearle que aguante ahí lo que resta de legislatura. A ver si nos da tiempo de descubrir que es perfectamente capaz de hacer bien ese o cualquier otro trabajo que se le encargue.