Tiene sentido que el Estado paternalista no sólo haya establecido la función social de la propiedad, sino que haya decidido expropiar hasta la última esquina de la libertad de esos ciudadanos que afirma, falsamente, cuidar de la cuna a la tumba. Ha dicho la ministra Isabel Celáa que "de ninguna manera se puede entender que los padres son los dueños de sus hijos".

Para esa Real Academia de la Lengua machista, que se niega por unanimidad -también con el voto traidor de las ocho mujeres supongo- a adaptar el lenguaje de la Constitución al imperio de lo políticamente correcto y semánticamente innecesario, el dueño es una "persona que tiene dominio o señorío sobre alguien o algo". Decir que los padres no tienen dominio, autoridad, competencia y responsabilidad sobre sus propios hijos es lo que le faltaba al convento para que nos lo hagamos dentro. Ahora resulta que el Estado es el dueño de nuestros hijos, aunque seamos nosotros los que los tengamos que parir, cuidar, alimentar y pagar sus gastos y fastos, en lo que terminan los estudios y pueden pasar a ser ciudadanos perfectamente parados.

La colitis mental que se está produciendo en la clase política de este país corre pareja al embrutecimiento argumental. Cuanta más diarrea, más violencia verbal. Cuanto más líquido espeso, más argumentario gaseoso. Este nuevo y multitudinario Gobierno de vicepresidentes, vicepresidentas y vicepresidentos, de ministras, ministros y ministres y de asesores, asesoros y asesoras -¿de verdad que nadie percibe la inutilidad de complicarlo todo?- ha decidido inaugurar su periplo de gente estupenda contestando a una estupidez del Gobierno Autonómico de Murcia con otra igual y opuesta. Los de derechas de abajo del mapa han decidido crear un "pin parental" que es la manera modernista e idiota de denominar que los padres puedan decidir qué contenidos educativos no quieren que se imparta a sus hijos.

Naturalmente no hablamos de física, química, matemática o idiomas. Se refiere la cosa al adoctrinamiento. Los de derechas quieren que los críos estudien religión y formación del espíritu nacional. Los de izquierdas que aprendan a ser ciudadanos progresistas y sepan de sexo como una geisha. Los de derechas dicen que no quieren que sus hijos sean convertidos en gays, lesbianas o bisexuales. Los de izquierdas quieren impedir que sus hijos, hijas e hijes no binarios se hagan votantes de Vox. Unos quieren que lleguen vírgenes al matrimonio y los otros que se lo hagan en el recreo. No me extrañaría nada que las nuevas generaciones acaben con una tortilla mental, una moral contradictoria y cero conocimiento científico. Porque de nada vale creer en dios o ser poliamoroso si no tienes ni puñetera idea de la tabla de multiplicar.

Estas dos Españas enfrentadas no tienen remedio. Y lo que es peor, se vuelven cada vez más extremas. La que ahora gobierna el país de países y naciones que se sienten estados, desde la izquierda, ha decidido recurrir al Tribunal Constitucional la salida de pata de banco de la derecha que gobierna en Murcia. Y lo ha hecho a tal velocidad que hace muy inexplicable el tiempo que tardaron en actuar contra la Generalidad de Cataluña. Son temas distintos, dice la ministra. ¡No te jeringa!¡Y tanto que son distintos! Unas barbaridades las hacen los que necesitas para gobernar y otras tus enemigos naturales. Y así vamos, con reinos de taifas que quieren hacer sus leyes educativas o que simplemente quieren hacerse independientes.

Celaa ha dicho que los padres no son los dueños de sus hijos. Pero sí son responsables de ellos, como habrá comprobado quién haya tenido que pagar las consecuencias de alguna trastada juvenil. El Gobierno español ha decidido expropiar a los hijos de sus ciudadanos. Pero era lógico, porque de alguna manera ya expropiaron a los propios padres.

Somos carne de un Estado que nos ha robado el derecho a morir cuando nos dé la gana: porque para los de derechas nuestra vida es propiedad de dios y para los de izquierdas es de propiedad de Hacienda. Incluso nos han quitado la posibilidad de tener una muerte sin dolor. Dicen que nos cuidan de la cuna a la tumba, pero en cuanto envejecemos, si tenemos la mala suerte de estar solos, quedaremos abandonados a nuestra mala suerte, sin que nos lleven a un centro de mayores que no existe y con pensiones que apenas nos permiten malvivir e ignorados en la cuneta de la vida. En el mejor de los casos, seremos una pesada carga para esas familias que no son dueñas de nosotros, pero tienen que cargar con nuestra vejez porque para el Estado que nos sorbió la sangre de los impuestos ya no somos útiles.

Juro que cuanto más oigo hablar a nuestros políticos, políticas y politiques, más amor siento por mis gata