La aniquiladora amenaza de los carnavales ya se cierne sobre nosotros. Por supuesto que el ritual de las polémicas insoportablemente leves, cuando no idiotas, comenzó hace meses, con la excusa del cartel de las fiestas, tan anodino o gracioso como cualquiera de los precedentes. Bueno, quizás haya excepciones. Hoy el cartel que creó Dokoupil para las carnestolendas de 1987, dotado de excesivas glándulas mamarias, sería probablemente censurado desde un discurso gubernamental que nos explica que solo debemos follar más o menos enamorados. Y lo estamos. De nosotros mismos, con quienes empatizamos con una pasmosa facilidad, sin excluir a los concejales del gobierno municipal (a los de la oposición solo les queda la nostalgia de lo locamente que se quisieron). La polémica se centró en si los autores habían plagiado el cartel o no. En vez de dar una respuesta sincera -por supuesto, lo hemos plagiado, porque ya me dirán ustedes cómo conseguir un cartel enteramente original si no es resucitando a Francis Bacon- se produjo la habitual reacción calderoniana, eso de que uno no ha plagiado en su vida. Todos plagiamos incesante, inevitablemente. En el mejor de los casos la originalidad es el resultado del ejercicio creativo del plagio. Yo mismo, por ejemplo. Es obvio que si hubiera encontrado algo que plagiar no estuviera garrapateando este artículo.

Ayer las entradas de la final de murgas -una final de murgas es como un apocalipsis de zombis mórbidos que acaba en una siesta o en una arepera- se vendieron en pocos minutos y de inmediato comenzó en los alrededores la reventa a cargo de tipos con sudadera y encapuchados que de vez en cuando echaban vistazos alrededor para evitar problemas policiales. Una de las pocas cosas emocionantes que se pueden vivir en Santa Cruz de Tenerife a lo largo de todo el año debe ser -les suplico que no me desengañen- presentarse en la reventa de entradas de la final del concurso de murgas.

-Hola€ Disculpa€ ¿Tienes entradas para la final del concurso de murgas?

-Calla, loco -suplica en un susurro tapándose los ojos con la mano-. Tengo choco, jaco, maría, perico, pero yo no me meto en esos follones.

-¿Y dónde puedo encontrar?

-Hay un pibe al lado de la Iglesia de la Concepción con una camiseta de Assesination Classroom que trabaja ese material€ Aire, pollaboba, que me arruinas la vida€

El pibe estaba ahí, efectivamente, pero era tan sospechoso como la guasacaca de un kiosco en la calle San José al amanecer. Nada más abrir la boca aclaró que no vendía más de tres entradas por cabeza.

-Tengo zona Triqui-Traques y zona Diablos Locos€ ¿Qué prefiere?

-¿No tiene zona Bambones?

-¿Cómo? ¿Tú qué te has creído? Arranca€

Quedan muy pocos días. No sirve de nada encerrarse en casa y meter la cabeza en una caja de zapatos. La distancia mínima de seguridad es de 50 kilómetros. Si es usted sordo, por supuesto.