Antes no miraba ni para la tele. Supongo que el invierno, los años y la soledad (soledad preferida) han hecho que se haya aficionado a la televisión. Y entre sus programas favoritos hay uno particularísimo, o tal vez no, First Dates. Le encanta a mi madre.

Por lo que he visto, me llama la atención que la mayoría se declare o deje bien claro lo "especiales" que son. ¿Será lo que está de moda? ¿Ser diferente...? Bueno, he visto una marca de sudaderas con el logo "Soy lo más", que triunfa entre la chavalería y entre los un poco más maduros también. Han hecho el agosto. Por algo será€

Pues eso, al First Dates. De repente llega un tío que se sienta frente a Sobera y le dice, "yo es que soy diferente". Supermegachupi. A Sobera le rebotó la ceja en el techo. Y, al final, te enteras de que su exclusividad radica en que tiene la espalda cubierta por un tatuaje y un piercing en el escroto, como si entre los 7.000 millones de personas que habitamos la tierra no hubiese nadie más con la espalda llena de tatuajes y un piercing allí mismo. Pero no es el único. "Yo soy diferente", dice una chica; "me encanta pasarlo bien, reírme, estar de cachondeo", como si al resto de la humanidad le gustase pasarlo mal, llorar y clavarse palillos en las uñas. La gente quiere ser diferente, distinguirse, creerse especial, no por nada, sino por el exterior, por la fachada, por el enlucido, ya sea gracias a una docena de tatuajes, a unas ropas estrafalarias o a la cantidad de metal incrustado en el cuerpo.

Ser distinto mola. Se me ocurre que entre los chinos tiene que molar más. Tiene que ser la bomba. Cuando se es minoría, ser diferente es genial. Vas por la calle con tus piercings en los pezones y las nalgas al aire y lo petas. La gente te mira y te crees alguien. Sigues siendo el mismo pringado lleno de complejos de siempre, pero bajo tu tupé de vértigo o con tu lengua partida en dos a modo de serpiente pareces menos gilipuertas. "Cuando salgo por la calle" -dice otro fiera- "las viejas me miran asustadas". Y uno piensa: joder tío; vaya mérito el tuyo; solo por eso merecerías una beca Amancio Ortega. Me río yo de Fleming y su estúpida penicilina.

Como digo, ser diferente mola. Pero ser diferente también tiene un tope: cuando ser diferente se convierte en mayoría, ya no tiene valor, porque el diferente ya es el otro. Hace varios años, por ejemplo, el diferente era el tatuado, el que vestía de cuero, el que llevaba un fular y anillos en todos los dedos. Ese era el rebelde, el que rompía las normas, el que tenía que enfrentarse a sus padres y su familia para poder ponerse un pendiente en la oreja.