Alguien ha comentado que en muy pocos días ya no se comentará el nombramiento de la exministra de Justicia como Fiscal General del Estado, y en unos pocos meses, salvo catástrofe absoluta y evidente, nadie pondrá más apostillas a la abstención de ERC en la investidura de un Pedro Sánchez que juró en campaña electoral que jamás llegaría a acuerdos con los independentistas catalanes. Para cada ocasión Pedro Sánchez (al igual que Casado, Iglesias, José Miguel Barragán o Inés Arrimadas) tiene una mentira ad hoc: se estampa como un sello como si se tratase de una carta con destino al fin del mundo y se arroja el hecho al torbellino de lo que ocurre, o para ser más preciso, de lo que se cuenta que ocurre, que es aproximadamente TODO. La sobreinformación genera un efecto desinformativo y santas pascuas. Se trata simplemente de elegir con inteligencia y rapidez las mentiras más adecuadas - y no cualquier falsedad atropellada -- para sostener tu relato. Claro que eso conlleva habitar en la mentira cotidianamente o, lo que es lo mismo, mentirse a sí mismo.

Como la mentira en realidad ya se articula como una realidad suplente con vocación ontológica, una realidad en la que CC no tiene corruptos, el PSOE tampoco y no ha gobernado nunca con CC o Nueva Canarias no ha mentido sobre el estado de las cuentas públicas autonómicas, es muy complejo hablar de verdad en política. Yo no creo que, en realidad, pueda hablarse de mentira o verdad en la política actual, sino de una competencia de gramáticas de ficción, como si el PSOE fuera HBO o el PP Netflix o Unidas Podemos Showtime. Por supuesto que la ignorancia ajena sigue siendo una ayuda para que la indiferencia entre vedad y mentira sea inapreciable Ayer, por ejemplo, el Consejo General del Poder Judicial, en un comunicado, pidió al flamante vicepresidente del Gobierno moderación y prudencia dentro de la responsabilidad institucional. Pablo Iglesias, en una entrevista televisiva, había proclamado que "muchos tribunales europeos (sic) han quitado la razón a nuestros jueces" por las sentencias sobre dirigentes independentistas catalanes "encarcelados o prófugos". ¿Iglesias no se ha enterado de que es vicepresidente del Gobierno y no puede participar en la descalificación del sistema judicial español? ¿Qué opinaría de un magistrado del Supremo si descalificara a los políticos como una élite engolfada en la corrupción y caracterizada por su casi ilimitada ignorancia? Da igual: ya han salido una legión de tuiteros para comentar el comunicado del CGPJ como una declaración de guerra que pretende acorralar al compañero Pablo.

Para la buena salud de la mentira viene estupendamente la polarización política e ideológica en el espacio público, porque nada mejor para que una historieta prospere que disponer no de adversarios políticos más o menos razonables, sino de enemigos declarados y potencialmente exterminables. La mentira fortalece la polarización y la polarización - por supuesto - legitima la mentira. Porque, ¿no se puede mentir por una buena causa? Si lo hacen nuestros adversarios, que se arrastran por la falsedad más nauseabunda por sus egoístas propósitos, ¿por qué no lanzar una o un centenar de mentiras para que prospere algo bueno, decente o necesario? Por supuesto que existen variables y factores - desde las tecnologías de la información a las redes sociales - que han contribuido a naturalizar la mentira política pero, como observó Hannah Arendt, este derrotero moral hunde sus raíces en los sistemas de propaganda fascistas y estalinistas, que perdieron la Historia como regímenes políticos, pero la ganaron como pedagogos de la superchería, la supresión del sentido y la falsedad institucionalizada.