Ana Oramas comenzó citando a Pablo Neruda en una de sus intervenciones parlamentarias más importantes y comentadas de su larga trayectoria como diputada. "Puedo escribir hoy los versos más tristes este día...", parafraseó al poeta chileno la diputada de CC desde la tribuna del Congreso antes de arremeter duramente contra Pedro Sánchez y anunciar que votaría en contra de su investidura, desobedeciendo el mandato de su partido de que se abstuviera. Una de las razones de su no al candidato socialista, quizá la principal, era que no aprueba el proyecto de Gobierno entre el PSOE y Unidas Podemos, que considera radical, y por ello resulta irónico que para ilustrar su estado de ánimo político echara mano de un poeta comunista. Pero lo cierto es que Oramas ha vivido, y aún está viviendo, los días más complicados de su carrera política y quizá también tan tristes como el poema que Neruda lloró en el último de sus 20 poemas de amor... La canción desesperada que completa el poemarío del chileno quizá esté aún por entonarse en las filas nacionalistas.

Porque Oramas también está llorando estos días, por dentro y por fuera, consciente de que su movimiento político no sólo le entraña contradicciones personales profundas, sino que puede torcer de una manera imprevisible el tramo final de su trayectoria política, quizá expulsada de CC para evitar romper el partido, o haciéndose fuerte entre sus compañeros de Tenerife a costa de acabar con lo que ha sido la organización desde su nacimiento en 1993. Oramas hizo, en las dos sesiones de investidura de Sánchez en las que participó, dos discursos de contenido y tono diametralmente opuestos sin que fueran contradictorios entre sí. Y en ambos ha tratado de aclarar su posición política como convicción personal, apelando a su conciencia y a su compromiso con los electores y por encima de los acuerdos y decisiones estratégicas de su partido. Y, por raro que parezca, hay motivos y elementos para darle la razón y para quitársela, dependiendo de a cuál se le dé más importancia de cuantos ella puso sobre la mesa en el debate.

En su alegato contra Sánchez y sus pactos con Unidas Podemos y ERC, el día 4, Oramas se dejó arrastrar por sus impulsos anticomunistas y antiindependentistas sin valorar el esfuerzo que han hecho el líder socialista y el propio PSOE para sacar de la parálisis a la política española y encauzar el conflicto catalán, embridando de alguna manera la pulsión rupturista de la propia formación morada y el sector de la sociedad española que la apoya, y al independentismo catalán que no piensa que "cuanto peor en España, mejor para la unilateralidad en Cataluña". No supo distanciarse del discurso apocalíptico de la carcundia españolista, convirtiéndose así en la Juana de Arco ibérica de las derechas, que la aplaudieron a rabiar tras su encendida intervención.

En su segundo discurso, el del día 7 en que consumó su no al candidato socialista y la traición a su partido, al que se sintió obligada a pedir perdón, Oramas cambió completamente de registro, quizá no tan sinceramente como su tono quebradizo y doliente dio a entender y sus dotes melodramáticas han demostrado en tantas ocasiones, pero sí al menos retratando la gravedad que ella considera que está viviendo la política española y la convivencia en este país. Y en eso no se equivoca. Porque su "qué nos está pasando" sacudió un hemiciclo que la escuchó con un silencio y expectación pocas veces vistos en la Cámara, y porque advierte contra el ambiente guerracivilista que se está instalando en parte de la representación parlamentaria, y contra el discurso del odio que ya muchos cultivan sin rubor.

La ultraderecha de Vox, y algunos dirigentes del PP y Cs, y los foralistas navarros de UPN, por un lado, y el independentismo catalán y vasco más esencialista e identitario, por otro, compiten por el disparate más ofensivo, a veces con formas arrabaleras jamás vista en el Congreso. Hay un claro intento por parte de la derecha de deslegitimar la investidura de Sánchez con claros síntomas de no haber aceptado el resultado de las elecciones simplemente porque ellos no las ganaron. Es irritante, y puede que intolerable, comprobar cómo cada vez que gobierna la izquierda siempre hay alguien alertando de que "España se rompe", cuando es fácilmente comprobable que han sido otros gobiernos los que han disparado el independentismo en Cataluña, y cuando más cerca se ha estado de la fractura institucional y constitucional del país. Son posiciones que se retroalimentan entre sí y que perviven y multiplican su éxito en la medida en que se trasladan peligrosamente a sus respectivos graneros sociales y electorales. Insistir en estas dinámicas resultará un auténtico suicidio de la democracia española.

Pero Oramas no ha sabido gestionar su posición en este contexto diabólico, y ahora tiene que comprobar cómo sus famosos chiringuitos en la red se le inundan de felicitaciones acompañadas del aguilucho franquista y banderas preconstitucionales, de un lado, o, del otro, de acusaciones infames de participar en una supuesta conspiración para un nuevo tamayazo en el Congreso. Ambas reacciones son injustas y de ahí provenga, quizá, la tristeza y el pesar que la acompañan estos días. Otra cosa es el dilema interno sobre lo que su actitud ha supuesto para CC, cuya dirección no se conforma, con toda razón, con la presentación de excusas por parte de la diputada por su grave acto de indisciplina. No sólo no informó a sus compañeros de que desobedecería, sino que les dio a entender que, aunque esa era su posición personal, asumiría el acuerdo interno de la formación. Y si, legítimamente, no aceptaba ese mandato, su obligación era abandonar el escaño logrado bajo las siglas con las que se presentó a las elecciones. De esa forma quedaba a salvo su decencia política, que está por encima de la coherencia a la que ella apela para justificarse, por mucho empeño que ponga en argumentar que lo ha hecho "en conciencia" y porque pone los intereses de Canarias y de España por encima de los personales y de los de su partido.

Son malos tiempos para la lírica política en este país, si es que ambos planos pueden asociarse cabalmente, y los versos tristes de Neruda con los que Oramas se identificó para tratar de reflejar lo que se estaba viviendo en el Congreso ya apenas dan para sostener una tonta melancolía.