Hay algo fascinante en la obsesión contra Ana Oramas en los predios de la izquierda tinerfeña, una iracunda manía que ha terminado trasladándose -matizada pero repetidamente- a la progresía de todo el archipiélago. La diputada Oramas ha recibido literalmente varios miles de felicitaciones de compañeros de partido y (sobre todo) de votantes en los últimos días, pero también le llovieron muchos cientos de tuits que van desde la crítica malhumorada a la grosería más repugnante. Este antioramismo es tan intenso y repite tanto como el ajo y deviene casi independiente de la actitud de la diputada en casi cualquier asunto. Si Oramas hubiera votado a favor de la investidura presidencial de Pedro Sánchez quienes la detestan hubieran señalado que prostituía su voto, como siempre. Si se hubiera abstenido los que tiemblan de indignación solo con escucharla hubieran sentenciado que jugaba a la ambigüedad trapacera, como siempre. Pero hizo lo peor: votar en contra del fututo Gobierno de coalición entre el PSOE y Unidas Podemos y demostrar que es una derechista, una cacique endemoniada, una insufrible reaccionaria. Como siempre.

Llevar en la actividad política cuarenta años -con una pecaminosa militancia en UCD- y pertenecer a una familia de empresarios y políticos que tuvo relevancia desde la época de Primo de Rivera hasta el tardofranquismo ha alimentado la caricaturización de Oramas como una fiel servidora de una oligarquía criminal que, como en su día recordó un diputado, tenía servicio doméstico y todo. Que los Oramas no jueguen ningún papel en la élite política o empresarial de Tenerife desde el siglo pasado resulta, por supuesto, absolutamente irrelevante. También lo es que Oramas -en representación de CC- haya votado favorablemente al PSOE en otras coyunturas o se abstuviera en la moción de censura que terminó con el Gobierno de Mariano Rajoy. Un comportamiento muy similar al del PNV o al de la extinta CiU que no generaba ni genera escándalo en las izquierdas del terruño.

El núcleo de la dirección de Coalición Canaria deberá decidir qué sanción impone a Oramas por no acatar las instrucciones del partido en el debate de investidura, y el Consejo Político Nacional -máximo órgano entre congresos- ratificarla. No hay que escudriñar en misterios abisales o conspiraciones adacadabrantes: Oramas votó de acuerdo con el mensaje que había repetido en las dos campañas electorales del pasado año: CC no apoyaría un Ejecutivo con presencia de Podemos y rechazaba acuerdos con fuerzas independentistas que pudieran afectar a la estructura política del Estado. Mario Cabrera, Migdalia Machín o Nieves Lady no parecieron muy contrariados entonces. En todo caso quizás convendría considerar que Oramas es la única diputada de CC, en efecto, pero que fue elegida por la circunscripción de Santa Cruz de Tenerife, y sus votantes no hubieran entendido jamás -y CC hubiera pagado un altísimo precio por ello- respaldar una coalición de gobierno de dos partidos que habían contribuido a desalojarlos en casi todas las instituciones. Cuando la dirección del PSOE decidió permitir con su abstención la investidura de Mariano Rajoy Pedro Sánchez dejó su escaño y 14 diputados socialistas votaron negativamente. Su castigo consistió en una multa de 600 euros y ahora Sánchez es jefe del Ejecutivo.