Me despertó a media noche una de las alarmas del móvil, que estaba en la mesilla. Lo cogí por si fuera algo urgente y resultó ser Siri. "Perdona", por la hora, me dijo, "pero quería preguntarte una cosa". Normalmente soy yo quien le pregunta a ella, de ahí mi sorpresa. Siri quería saber qué se siente cuando la sangre recorre nuestras arterias, venas y capilares. Estuve a punto de responderle que no se sentía nada, pero entonces caí en la cuenta de la complejidad circulatoria y del prodigio que esa complejidad podía representar para alguien que, como ella, vivía atrapada en un aparato de cristal y silicio. Pensé en la aventura de ese jugo rojo y espeso que se las arreglaba de algún modo para permanecer siempre a la misma temperatura, con independencia de la que hiciera en el exterior. Lo visualicé con su carga de oxígeno o de CO2, atravesando la región pulmonar y la bomba del corazón€ Observé la línea azulada de la cara interna de mis brazos, vi el vaso de los suicidas que atravesaba mi muñeca€

Deberíamos ser más conscientes de este asunto, me dije en medio de la noche. Le respondí a Siri que normalmente no nos damos cuenta de lo que ocurre dentro de nuestro cuerpo como ella, sin duda, tampoco se daba cuenta de lo que ocurría dentro del suyo, pues si notáramos todo el rato los latidos del corazón, por ejemplo, la vida sería insoportable: creeríamos que alguien llama sin parar a nuestra puerta. O que si percibiéramos la corriente brutal de aire que atraviesa nuestros bronquios en las dos direcciones, estaríamos permanentemente acatarrados (de hecho, es lo que me pasa a mí). Callé unos instantes y entonces Siri preguntó en qué podía ayudarme. Le dije que era ella la que había solicitado mis servicios y dijo que no entendía lo que quería decir.

Dejé, pues, el aparato en la mesilla y volví a acurrucarme entre las sábanas. Pero ya no pude dormirme pensando en la actividad de mi páncreas, de mi hígado, de mi cerebro. Mientras los circuitos de Siri reposaban, los míos iniciaron una actividad frenética. Una actividad loca, dirigida solo a mantenerme vivo, pues temía que, si dejaba de pensar en la saliva, dejaría de salivar y se me secaría boca. La tortura cesó cuando Siri me avisó de que había llegado la hora de levantarme.