Bien, vayamos por partes, como diría Gabriel Rufián ante el cerebro de Pedro Sánchez. Ana Oramas (ya sé que es decepcionante para la tribu que la detesta obsesiva, casi religiosamente) no votó contra la investidura de Sánchez porque sea una fascista, sino porque decidió cumplir la promesa que hizo a sus electores, ciudadanos y ciudadanas mayoritariamente de centro-derecha, identificables entre el regionalismo y el nacionalismo moderado, que no desean un Gobierno socialista con Podemos. Oramas estaba dividida entre el compromiso explícito con sus electores y las instrucciones consensuadas en la dirección de CC para votar abstención. Y eligió lo primero. Lo hizo en solitario y sin comunicación previa a nadie, salvo, muy probablemente, a Fernando Clavijo, que casi había sido mandatado para que la mantuviera en la ortodoxia. En las últimas horas se han podido leer y escuchar las más creativas y conspiranoicas interpretaciones, pero no hay nada más que una diputada que decide rechazar las directrices de su partido y asume los riesgos de cualquier sanción, incluida la expulsión. Una diputada cansada. Una diputada harta. Pero también una diputada que apoyó a Gobiernos socialistas y que sumó su abstención a la moción de censura que llevó a Sánchez al poder.

Lo que ha ocurrido, por supuesto, no tiene nada que ver con discrepancias entre "sensibilidades ideológicas" en el seno de CC. Los mismos políticos, periodistas y palafustanes -categorías no siempre discernibles- que definían teológicamente a Coalición como el mismísimo mal sin mezcla de bien alguno ahora detectan sutilmente banderías ideológicas en la organización. Casi de repente Mario Cabrera, Pedro San Ginés y hasta Tomás Padrón son hijos o abuelos de la izquierda y, es más, hasta el momento no habían advertido el criptofascismo de chácara y tambor de Clavijo, Oramas o José Manuel Bermúdez. La auténtica discusión versa -como siempre- no sobre el pasado (ATI, AM, AHI), sino sobre el futuro y tiene un carácter básicamente metodológico: ¿cómo volver cuanto antes al poder y cómo conciliar la vía elegida con la sensibilidad de los electorados en cada isla? Para algunos el inminente Gobierno de Sánchez durará un par de años y se saldará con un fracaso peligroso para España en general y para Canarias en particular: lo más inteligente es mantener una actitud distante y crítica. Para otros es imprescindible abrir una vía de colaboración con el PSOE y a su vez con Nueva Canarias - o viceversa - para que a medio plazo un nacionalismo unificado pueda gobernar con los socialistas o conseguir, desde la mayoría, que los socialistas quieran gobernar con ellos en la Comunidad autónoma, cabildos y ayuntamientos. En cierto modo la polarización del ámbito político nacional se ha trasladado al interior de CC, y lo ha hecho en su peor momento.

Por lo demás, este maravilloso fin de semana ha evidenciado el efecto de esa apuesta por la susodicha polarización de las grandes organizaciones políticas española. Una derecha dizques liberal gritando y pateando arteramente y una izquierda que lanza su acusación flamígera a todo aquel que no le rinde pleitesía política e intelectual para enmascarar que un Gobierno con apenas 155 diputados estará en manos de ERC -"si no hay mesa de negociación no habrá legislatura"- y vigilado por el PNV. Una izquierda que se presenta y perfuma como cuasirrevolucionaria, pero que no tiene capacidad política en las Cortes para impulsar reformas estructurales y se celebra entre la farsa y la puerilidad.