A menudo en la vida una se encuentra en situaciones en las que debe callarse.

Siempre hay gente más mayor o más experimentada que te dice lo que debes o no hacer. Y a veces tienes que tragarte lo que sientes incluso gozando de toda la razón del mundo. No te queda otra que digerir en silencio el sinsentido de la existencia, las contradicciones del mundo y callar.

Por eso una de las cosas que me gustaba de llegar a vieja era precisamente tener la edad suficiente para poder decir lo que me diera la gana. Ya no me callaría frente a ciertas injusticias y nadie podría hacerme callar sin parecer maleducado.

Alcanzar el estatus de mujer adulta con derecho a tener voz propia siempre me pareció mucho mejor que cualquier otra cosa. Mejor que el matrimonio y la maternidad incluso puesto que ambas cosas sin gozar de esa voz me parecían lo más parecido a estar en la cárcel.

A veces no son hombres, mayormente son sobre todo mujeres que consideran que te sales de un guión preestablecido y por ello tratan de colocarte en un sitio que no sé muy bien cual es y que podríamos denominar el lugar de "lo razonable" o "lo conveniente". Todo ello resulta más descorazonador teniendo en cuenta que nos encontramos en un mundo que cree ser cada vez más feminista. Se lo cree pero en realidad está lejísimos de serlo. Lo mismo que sucede con el cambio climático que parece que hacemos algo pero no lo suficiente. Pues eso, más de lo mismo.

Desafortunadamente las relaciones de los hombres casi siempre se establecen en parámetros de dominación.

También algunos padres en vez de limitarse a acompañar a sus hijos se creen con el derecho de dominarlos. Como si ellos conocieran la fórmula mágica de la existencia. Eso da lugar a constantes y diversas situaciones de maltrato en el ámbito familiar.

La mujer conciliadora y sumisa nunca romperá la familia pero en cambio a veces sí permite que esto suceda aunque ella esté lejos de desearlo es incapaz de poner orden y plantarse a tiempo. Si encima hay problemas siquiátricos y en esto no hay género que valga ya vemos que el resultado puede llegar a ser catastrófico; diecisiete niños asesinados por causas violenta en el 2019.

Recientemente leí que según Save the children en nuestro país uno de cada cuatro niños españoles ha sufrido maltrato.

No deberíamos ajustarnos a un patrón preconcebido de cómo tiene que ser una mujer; ni la mujer obediente, ni la conciliadora, ni la castigadora.

Se me ocurren varios tipos más puesto que la acción es determinante y una se acaba convirtiendo en lo que hace. Las profesiones también determinan mucho cómo serán esos padres.

La astronauta, la periodista, la doctora, la filósofa, la científica, la artista, la deportista, o la señora de la limpieza. Cualquier profesión ejercida con cierto interés y espíritu perfeccionista vale. Hay padres y madres valientes que educan a sus hijos en su justa medida y son capaces de plantarse a tiempo.

El feminismo no es ir por ahí enseñando los pechos a grito pelado. Tampoco es feminismo machacar a los hombres por sistema.

No cabe duda de que el mal es una enfermedad común. Las mujeres pueden cometer los mismos errores que los hombres.

Igual que mujeres hay hombres buenos, interesantes, maravillosos y nosotras no podemos ni debemos darles la espalda.

Siempre deberíamos respetar y valorar la voz de la mujer y la del hombre en su perfecto equilibrio. Porque sólo entonces, desde ese equilibrio, descenderá el número de víctimas colaterales.

Feminismo es denunciar que la voz de la mujer no se oye con la misma fuerza en los distintos ámbitos de la sociedad y hacer algo al respecto. Y el enemigo a batir, normalmente, suele ser la frustración y la intolerancia.