Felipe González tenía que ganar las elecciones de 1979, pero solo consiguió la victoria tres años después, en la onda expansiva del último golpe de Estado folklórico en suelo europeo. Zapatero alcanzó La Moncloa tres días después del mayor atentado terrorista de la historia en suelo europeo. Las vicisitudes de la investidura de Sánchez no precisan de mayor detalle. La llegada de la izquierda al poder siempre es accidentada, y accidental.

Con estos antecedentes, el tamayazo propinado por la Junta Electoral Central a la investidura de Sánchez se limita a cumplir con una tradición. También acondiciona a los ciudadanos para el día en que la Federación Española de Fútbol o la Asociación Nacional de Canaricultura destituyan a un ministro. La fiebre por penalizar conductas irrisorias como los chistes de Carrero ha obligado a multiplicar las instancias punitivas. Audiencias, Tribunales Superiores y Supremos quedaron insuficientes para tanta condena, se ampliaron las facultades represoras al Constitucional, al agonizante Tribunal de Cuentas y a la Junta Electoral, en una relación que continuará. El último cartucho contra la investidura de Sánchez se ha disparado por siete votos a seis, lo cual significa que ni los junteros entienden su decisión. Los juristas desenredarán el choque frontal de la inhabilitación con el Estatut de Cataluña, que tiene rango de ley orgánica. Mientras tanto, la parroquia se sorprende de que no hayan encarcelado a Torra, alegando una de esas normas inapelables que luego son anuladas por los jueces de la dictadura europea. En contra de su leyenda, Torra se expresó con mucha más mesura que la absurda Junta Electoral, no añadiendo ni un obstáculo a la investidura. Si JxCat fuera inteligente, se abstendría en el Congreso. Ya solo queda un enigma a resolver. ¿Un constitucionalista que no votó es más español que un independentista que votó en las generales españolas?