Es evidente que algo marcha pavorosamente mal en un país donde no es posible encontrar el menor atisbo de sentido común. Ayer hubo dos plenos sobre Cataluña. Uno en Madrid y otro en Barcelona. El del Congreso de los Diputados, en la sesión de investidura más crispada de la democracia, fue una especie de fosa séptica de la política contemporánea. Un desgarro, un desaliento, una melancolía y un terror. Un atisbo fantasmal de esa España oscura, radical, enfrentada e intolerante.

Pedro Sánchez acudió a la investidura con el proyecto de un gobierno que algunos consideran el sepulturero de la Constitución. Es verdad que siete de los diez partidos que votarán su investidura están enfrentados con el actual orden constitucional. Es como si la madera gobernase en alianza con la carcoma. Y sin embargo, por mucho que entristezca, son los únicos aliados posibles que ha encontrado Sánchez para hacerse a sí mismo el homenaje de ser presidente.

Al PSOE le dieron hasta en el carné de identidad por lo costoso que puede salir el precio de su ambición. Pero sería injusto olvidar, en la penumbra de la oposición, el papel de dos partidos, PP y Ciudadanos, que tienen también su cuota de responsabilidad en que flotemos en esta política de aguas fecales. Para los dirigentes populares ha primado más rentabilizar electoralmente un hipotético fracaso futuro del socialismo español que el interés de ese país que tienen todo el día en la boca. Han preferido jugar con una calculada ambigüedad, escurriendo el bulto, porque el propio Pedro Sánchez se lo puso muy fácil lanzándose a los brazos de la izquierda verdadera y el independentismo.

El análisis que se hace desde la derecha española es obvio: el PSOE se la está jugando como nunca. Es tan evidente que es así, que a algunos barones socialistas esa sensación les tiene literalmente sin dormir. Un insomnio como el que producía Pablo Iglesias, antes del estrecho abrazo del pacto, en Pedro Sánchez. El joven y cambiante secretario general de los socialistas se ha llevado a su partido hacia una zona de riesgo, pactando con el conglomerado soberanista y antisistema que se encuentra en la periferia electoral del Estado.

Es simplemente esclarecedor leer este párrafo del acuerdo entre el PSOE y ERC. "Las medidas en que se materialicen los acuerdos serán sometidas en su caso a validación democrática a través de consulta a la ciudadanía de Cataluña". ¿Desde cuándo un acuerdo entre dos partidos políticos utiliza el mecanismo institucional de una consulta popular que hasta ahora era un anatema político? Desde que es necesario, obviamente. Lo que conviene, sucede.

El volcán que es hoy España expulsa azufre y rencor. La Junta Electoral Central se cargó, en la misma semana, la inmunidad de Junqueras e inhabilitó a Quim Torra. Dos bombas lapa en los bajos de la investidura. El presidente de la Generalidad de Cataluña, condenado y apartado por la Justicia, llevó ayer su ofensiva al Parlamento catalán a través de un sucedáneo de investidura -una ratificación presidencial- respondiendo a la abominable España que mantiene la ocupación de su país. Pero ya aparecen en los perfiles de su discurso las primeras alusiones a los botiflers de Esquerra que van a hacer presidente a Sánchez.

Y mientras el independentismo radical de Puigdemont comenzaba en Barcelona sus navajazos en las tripas de Junqueras, en la Carrera de San Jerónimo -en Madrid- se las sacaban a Pedro Sánchez por la boca. Le acusaron de haber vendido a España a cambio de poner su trasero en Moncloa y de haberse arrodillado ante los independentistas, haciendo claudicar al Estado. Sánchez se defendió con bastante solvencia -por momentos, lo prometo, pareció que se lo estaba pasando realmente bien- poniendo al PP frente al espejo de sus contradicciones -no abstenerse- pero sin poder disipar las dudas que empañan su aventura política de intentar gobernar España junto a sus peores adversarios. Pedro Quevedo, de Nueva Canarias, defendió su apoyo a un proyecto progresista. Y Ana Oramas, pese al anuncio de abstención de Coalición Canaria, conmovió al auditorio diciendo que votaría "no", de acuerdo a su conciencia, y dando estopa, en su línea, a la izquierda y a la derecha. Fue la única manera de oír hablar algo de Canarias en el tradicional debate monográfico sobre Cataluña.

Dicen que a río revuelto ganancia de pescadores. Se deben estar hartando, porque el río es una catarata de aguas turbias, de ruido y furia. Vamos a la investidura de un Gobierno enormemente frágil. Uno que se apoyará en unas mayorías difíciles y costosas. Y uno que ha logrado, antes incluso de nacer, haberse enfrentado al mismo tiempo con los independentistas catalanes y con los españolistas radicales. Si eso no es original, que baje dios y lo vea.