Solo basta con acudir a las hemerotecas digitales para constatar el auténtico fenómeno de masas que fue el entierro de Galdós, acompañado hasta su última morada, hace ahora cien años, por miles de madrileños -unas 30.000 personas- cuyas vidas habían quedado al desnudo como personajes de sus novelas más populares, pero que a la vez reconocían el esfuerzo de un autor que de manera denodada, incluso hasta en la enfermedad, se había entregado sin pausa a la causa de explicar España. No hay en el ámbito de la cultura de Canarias una influencia similar desde la periferia geográfica a la metrópoli, pues, aunque el corpus galdosiano se fragua lejos de su Isla natal, la comprensión de su literatura pasa, inevitablemente, por acercarse a la biografía de niño y adolescente en Las Palmas de Gran Canaria o su época de estudiante en el Instituto Cabrera Pinto de La Laguna, a fin de cuentas el periodo en el que fija sus prioridades vitales a través del contexto familiar, social y educativo. Sin temor a equivocarnos, su lenguaje creativo no hubiese sido el mismo sin el signo identitario de la insularidad atlántica.

Valga este preámbulo para manifestar la sensación de vergüenza e impotencia que produce el rango de mero compromiso con que las instituciones públicas canarias tratan de ventilar el centenario de un escritor que está a la altura de Cervantes. El llamado Bienio Galdosiano, que arrancó en 2018 con el 175 aniversario de su nacimiento, y que se extiende hasta este 2020, año del centenario de su muerte, solo ha sido un enunciado carente de contenido: ni se ha creado una comisión especial con expertos para abordar la efeméride desde la transversalidad institucional, ni tampoco se ha dispuesto de un presupuesto digno para afrontar una programación que vaya más allá de la manida ofrenda floral con la lectura de párrafos galdosianos. La falta de ambición y la ceguera frente al don de la oportunidad quedan patentes, por no decir que la carencia de originalidad campa por sus respetos entre los despachos apolillados de la gestión cultural.

El nacionalcatolicismo del franquismo maltrató y tergiversó hasta el enconamiento la narrativa de Galdós, con especial énfasis en su ciudad natal, donde los galdosianos a ultranza mantuvieron una dura pugna con la Iglesia para abrir la Casa Museo del escritor en la calle Cano. En el centenario que ahora celebramos ya no existen por fortuna los anatemas episcopales, pero sí es una época donde las grandes referencias -y Galdós es una de ellas- se diluyen con la complicidad de unos políticos para los que la cultura ya no es una herramienta para el progreso humano. Una laxitud en los valores que no debería ser así en Canarias, no solo por el relevante hecho natal, sino porque el socialismo, prevalente en las instituciones, debería mostrar mayor sensibilidad y atención ante un escritor que profesó las ideas socialistas en sus últimos años de vida. Identificación, no obstante, que no debe cercenar otras interpretaciones de su trayectoria literaria, política y personal: humanista por su inmersión en los inframundos sociales; oteador máximo del apogeo y declive de la clase media; anticlerical y anticipador de los problemas futuros de la jerarquía eclesiástica en el ámbito moral; un liberal krausista preocupado por la instrucción pública; un republicano desencantado observador desde su escaño de diputado de los vicios y desmanes de los políticos; un españolista ensalzado por la derecha nacionalista por su concepción patriótica; el gran introductor de la mujer en las tramas...

Mirar a Galdós con perspectiva es sinónimo de enriquecimiento. En su centenario, Canarias debe estar a la altura del reto de popularizar sus libros, estimular la lectura de sus obras y también de trabajar las condiciones -es poseedora de su archivo por antonomasia- para convertirse en un referente internacional en un ámbito liberado por fin de los prejuicios que tanto daño hicieron al autor, como el boicot que retrasó su incorporación a la Real Academia o el que impidió que le concedieran el Nobel de Literatura. Atravesado por el conservadurismo ultramontano, emparedado por Valle Inclán, Unamuno y Pío Baroja, crucificado por Francisco Umbral y Benet, ensalzado por Max Aub, Luis Cernuda y Vargas Llosa, una generación actual de escritores españoles -Almudena Grandes, Antonio Muñoz Molina, Marta Sanz o Andrés Trapiello- ven en él a un indagador del género novelístico con técnicas precursoras. Todos ellos están en la tesis de que su realismo reactiva la mirada sobre un estilo literario maniatado históricamente por las convicciones teóricas y las convenciones estéticas, dado que su escritura logra superar el concepto de novela decimonónica hasta impregnar materiales como los de Rafael Chirbes, Belén Gopegui, Rafael Reig, Manuel Longares o Isaac Rosa.

Miau, Tormento, La de Bringas, Fortunata y Jacinta, los Episodios Nacionales... Galdós en el teatro, Galdós en el cine, Galdós en el periodismo, Galdós en la política. Nadie tan omnipresente para la celebración de un centenario que debe elevarse sobre el anecdotario y adentrarse en la riqueza galdosiana, todo lo contrario a la precariedad y usura con la que vamos enfilando el final de este Bienio, falto de una programación que entusiasme, que rompa los esquemas universitarios, que expanda la misma curiosidad que arrastró de por vida el escritor, que concentre aquí lo mejor de la investigación de su obra... Pero ya la misma literatura del narrador nos avisa del poder de la mediocridad y lo dañina que resulta cuando se infiltra en el poder.