Un juguete erótico promete ser el regalo estelar de estas navidades, aunque no parezca adecuado pedir esta clase de cachivaches a los Reyes Magos. Mágicos son, en todo caso, los dos minutos que se tarda en llegar al clímax con el Satisfyer, si hemos de creer a las experiencias publicitadas por algunas de sus usuarias.

El dispositivo consiste, básicamente, en un succionador de clítoris que mejora muy sustancialmente las prestaciones de los consoladores de toda la vida. No sufre gatillazos, no hay riesgo de eyaculación prematura y ni siquiera ronca una vez concluido el acto. Favorece, además, la autogestión del placer y puede usarse tantas veces como le plazca -nunca mejor dicho- a la feliz propietaria del instrumento.

El invento, a todas luces fabuloso, sustituye con ventaja a la interacción con una pareja. Retrucarán los más clásicos que la masturbación no deja de ser un hábito solitario; y que fornicando se conoce gente y se amplía el círculo de amistades. Pero para eso ya está Facebook, si vamos a decirlo todo.

Esta es una cuestión de amor propio. El sexo en soledad viene a ser una alta expresión de estima por uno mismo; y así lo entendieron en su día algunos reinos autónomos y ayuntamientos al publicar guías para instruir a sus gobernados en las artes de la autosatisfacción erótica.

Antes de eso, algunos clérigos del antiguo régimen le metían el miedo en el cuerpo a los adolescentes -y al público en general- con la advertencia de que el vicio solitario les reblandecería la médula ósea e incluso podría causar la ceguera. La ciencia no convalidaba tan negros pronósticos, desde luego.

Años después, un estudio de la Universidad de Boston vino a darles la razón a los partidarios del amor propio en materia sexual. La investigación reveló que un mínimo de 21 eyaculaciones al mes, solos o en compañía, constituyen eficacísima terapéutica preventiva contra los tumores de próstata. Es así cómo la castidad ha pasado de ser una virtud a convertirse en un factor de riesgo, al menos en el caso del género masculino.

También en la España poco amante de los inventos -"¡Que inventen ellos!", decía Unamuno- se han hecho investigaciones sobre esta delicada cuestión. A los manuales de autoayuda orgásmica antes citados hay que sumar, por ejemplo, el mapa de inervación y excitación sexual del clítoris que hace ya una década encargó el Ministerio de Igualdad a un grupo de cartógrafos especializados en esa zona. Aquella medida, de coste más bien módico, fue muy criticada en su momento por los enemigos de la autodeterminación erótica y los retrógrados en general.

No es improbable que aquella pionera cartografía de la intimidad haya inspirado a los diseñadores del Satisfyer para inventar este revolucionario artefacto que exprime todas sus posibilidades de goce al clítoris. Y, lo que es más importante, acaba con la discriminación que sufrían las señoras en este negociado del placer solitario.