El poder, por supuesto, reclama su propio formato litúrgico para recordarnos que, más que nada, es una variante religiosa. Por eso se encuentra tan cómodo cuando se trata de ahorrar esfuerzo simbólico parasitando otras liturgias como, por ejemplo, las de la Navidad. En resumen, politizando un sentimiento memorialístico, porque la Navidad representa una exaltación y rescate de la memoria individual y doméstica. La novedad del fenecido 2019 consistió en que el presidente del Gobierno de Canarias, Ángel Víctor Torres, comprobó cómo su vicepresidente, Román Rodríguez, le emulaba con su propio mensaje navideño televisivo. Es decir, Torres ofreció el tradicional discurso presidencial, la habitual nadería con lazo bien puesto, pero el vicerodríguez hizo lo mismo con su propio ejercicio audiovisual, donde expresó los grandes objetivos de cambio de Canarias para la próxima década y deseó lo mejor para todos los isleños. No voy a escribir aquí que alguien debería dar una explicación de esta bicefalia pascualera, porque no se me haría puñetero caso, ni mucho menos que a la explicación vayan adosadas las facturas de ambos trabajos, y en particular del segundo, porque, por supuesto, a nadie le importa un higo-pico esa información. La gente supone que la han atracado otra vez y punto.

A esta moda se empezarán a sumar pronto -alguna vez lo hicieron en el pasado - presidentes de cabildos y alcaldes, si tomamos como síntoma el mensaje navideño de Casimiro Curbelo, entre Santa Claus y Ojo de Sauron, mandando besos volados a los canarios que viven o no en el archipiélago y mostrando su preocupación por los problemas sociales y medioambientales que afligen a La Gomera y a Canarias. Los de La Gomera, obviamente, van muy bien; los de Canarias, mejorarán a través de la acción de Curbelo al frente de la ASG, como él mismo se encarga de recordarlo. Tampoco voy a solicitar una explicación etcétera por etcétera etcétera. La gente se va a seguir cabreando, pero ahora mismo, y en especial en las ruedes sociales, les importa menos expresar su furia - su ira, su rechazo frontal, su incondicional desprecio, su anhelo de silenciar para siempre al que molesta - que exigir información clara, contraste y coherencia. Ya no creemos que el poder nos responda a nuestras inquietudes y demandas, pero tenemos una fé indestructible en nuestra furia babosa, en un empute cada vez más enardecido, oscuro y fragmentado.

Quizás los espíritus discursivos de Torres y Rodríguez se inspiraron en los programas especiales de la noche de fin de año. El de la televisión autonómica consistió en el habitual horror en el que varios presentadores sueltan tartamudeantes estupideces sin un ápice de gracia, una conexión en directo con una realización obviamente hecha con los pies, y en la que apenas se vió La Laguna. La transmisión de Televisión Española en Canarias estaba mucho mejor realizada, pero sus presentadores provocaban una vergüenza ajena tan patética como los anteriores: incluso se equivocaron con las campanadas del reloj. Mira que es sencillito, pero para esta gente parece tan complejo como el Gran Colisionador de Hadrones de Ginebra. Correlativamente, Torres ofreció lo más florido de su cantinflismo bienpensante; Rodríguez se apresuró a tomar las uvas, tomárselas todas antes que nadie parpadee, vicepresidente, sobre todo, de sí mismo.