Su país natal, Alemania, y el resto del mundo planean celebrar por todo lo alto, con recitales, conciertos, representaciones de su única ópera, Fidelio, simposios y publicaciones, el 250 aniversario de uno los más grandes, si no el más grande, de la creación musical universal.

Ignoro el conocimiento que puedan tener de Ludwig van Beethoven (1770-1827 ) las generaciones del "rap" y el "heavy metal". A muchos, ironizaba un comentarista, les sonará Beethoven sobre todo por el famoso "ta-ta-ta-tá", de su Quinta Sinfonía, por su popular bagatela "Para Elisa" y, por supuesto, por la Oda a la Alegría.

Esta última, movimiento final y coral de su Novena Sinfonía, inspirada en el poema homónimo de Friedrich Schiller, que expresa como ningún otro una visión idealista de la fraternidad de los seres humanos, se ha convertido, como sabemos, en el himno oficial de la Unión Europea.

Visité el otro día en Madrid la extraordinaria exposición que, con motivo de los dos siglos transcurridos desde su inauguración como pinacoteca, dedica El Prado a los dibujos de Francisco de Goya y Lucientes - ¡no se la pierdan!-, y no pude menos de encontrar un paralelo entre ambos genios visionarios.

No sólo por su arte, que rompe con todos los cánones anteriores, revolucionario en un amplio sentido de la palabra, sino porque también los une su marcada independencia personal, su común idea de la libertad, encarnada en la Revolución Francesa, de la que fueron contemporáneos, y por su profundo amor a la humanidad.

Tenían asimismo en común el genio de Bonn y el de Fuendetodos una dolencia - la sordera-, especialmente trágica en alguien que como Beethoven trabajaba con los sonidos, y que los fue apartando de la vida social y encerrándolos en un mundo cada vez más interior-

Si bien la sordera acrecentó el pesimismo de Goya, reflejado en sus pinturas negras y sus series de Disparates, no hizo perder en ningún caso a Beethoven su profunda fe en la humanidad, incluso tras el desencanto que le produjo la traición de Napoleón Bonaparte a los ideales de la Revolución cuando éste se hizo coronar emperador.

Traición que llevó a Beethoven a borrar con rabia la dedicatoria que había hecho al francés de su Tercera Sinfonía, que había titulado en un principio "Eroica" para "festeggiare il sovvenire d´un grand Uomo" (celebrar el recuerdo de un gran hombre).

Beethoven coincidió en persona con Goethe, en cuyo drama "Egmont", al que puso música, vio el anuncio de una nueva era de libertad e igualdad, pero reprochaba al autor del "Fausto" su excesiva aproximación a "los de arriba": al poder aristocrático. El segundo atribuyó a su vez al compositor una "personalidad rebelde".

El que llamamos "músico de Bonn", aunque la mayor parte de su obra está relacionada con Viena, ciudad que le acogió con los brazos abiertos, fue además, como Goya, un espíritu profundamente independiente, y también como el español, el primer artista moderno con todas las contradicciones derivadas de una época de transición.

A raíz de la Revolución francesa, que acabó con el sistema feudal, el artista dejó de ser un simple empleado de la Corte y tuvo que aprender a sobrevivir por su cuenta y riesgo: Beethoven fue, tras Händel, el primer compositor capaz de sostenerse financieramente con sus creaciones aunque pudo también disfrutar en Viena de diversos mecenazgos.

En busca siempre de soluciones originales, huyó Beethoven de la repetición de viejas fórmulas, y si, por ejemplo, Joseph Haydn compuso nada menos que un centenar de sinfonías y Mozart, 40, de Beethoven sólo nos dejó nueve, aunque ahora se trate de reconstruir una décima a base de esbozos y fragmentos y con ayuda de musicólogos y expertos en inteligencia artificial.

Y ahora que - el futuro del planeta nos obliga- celebramos el pensamiento ecologista, no está de más recordar el profundo amor que Beethoven sentía por la naturaleza y que influiría en compositores posteriores del romanticismo y mucho más tarde incluso en el francés Olivier Messiaen, al que inspiraron tantas veces los cantos de los pájaros.

Son famosos los paseos de Beethoven por los alrededores de Viena, que le inspiraron obras como la Sexta Sinfonía, llamada "Pastoral", un auténtico canto a la serenidad que proporciona al hombre el contacto con la naturaleza. Incluso llegó a escribir que en el campo ni siquiera le molestaba su sordera, pues parecía que le hablara cada árbol.