Embajador de España

Se acaba 2019 y es hora de hacer un balance de lo ocurrido a lo largo de un año que no pasará a la Historia por habernos hecho la vida más fácil. Más bien al contrario. En España hemos votado más que nunca pero no hemos conseguido formar un gobierno que pudiera tomar decisiones sobre las importantes cuestiones que están en la mente de todos. Pero es en el ámbito internacional en el que quiero centrarme hoy.

Lo más positivo del año es que crece la conciencia de que el calentamiento global provocado por la emisión a la atmósfera de gases de efecto invernadero es un asunto que nos afecta a todos y que no admite dilaciones, porque estamos acabando con el frágil ecosistema que nos sustenta y no hay Plan B del que echar mano. La Conferencia reunida en Madrid nos lo ha recordado alto y claro, pero ha fracasado porque los grandes contaminantes no se quieren comprometer o insisten en negar una evidencia que avala la ciencia y nuestra propia experiencia diaria en forma de desastres naturales cada vez más grandes y más frecuentes. Y lo más grave está por llegar porque el deshielo del permafrost ártico liberará ingentes cantidades de carbono allí aprisionado desde hace milenios. Lo que pasa es que un combate realmente eficaz exige rebajar nuestro nivel de vida consumiendo menos energía procedente de combustibles fósiles para electricidad, gasolina, viajes en avión y en coche, calefacción y aire acondicionado y un largo etcétera. Y aunque nos quejamos, tampoco tomamos a título individual las decisiones que debiéramos para enfrentar el problema porque eso implica sacrificios y vivir peor. Ahora algo puede estar empezando a cambiar.

En 2019 ha empeorado el clima internacional porque estamos en el fin del ciclo geopolítico construido por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial y pasamos de un régimen multilateral a otro multipolar con tensiones entre países, proteccionismo y debilidad de las instituciones que deben arbitrar esos problemas, como muestra el golpe que la administración Trump acaba de darle a la OMC y a su capacidad para resolver litigios comerciales. Se consolida así un mundo hobbesiano donde el pez grande impone las reglas y se come al chico sin mayores miramientos. Los beneficiados son los países grandes: EEUU, China y Rusia y salimos perjudicados todos los demás. Este deterioro se ve en el ámbito político y en el económico. En el primero ya se habla de ambiente de guerra fría entre Estados Unidos con Rusia y China, aunque no sea inteligente pelearse con los dos a la vez. La anexión de Crimea ha llevado a la comunidad internacional a imponer sanciones al expansionismo ruso, mientras hay operaciones de la OTAN para proteger a los Bálticos, injerencias rusas en nuestros procesos electorales, y un mal ambiente generalizado traducido en la denuncia del Tratado INF sobre misiles de alcance intermedio en Europa y en la inexistencia de negociaciones para la extensión o renovación del Tratado START sobre los intercontinentales. Sin estos acuerdos el mundo será más inseguro. En el caso de China, que ha acentuado este año su carácter represor y autoritario, hay una confrontación con los EEUU por la hegemonía en el mundo de la Inteligencia Artificial que reviste la forma de una guerra comercial y que puede acabar con la interoperabilidad de internet. Por su parte, la política de sanciones comerciales norteamericanas a tiros y troyanos contribuye a la desaceleración del crecimiento global de la economía y del comercio, aunque no tanto como se temía hace sólo unos meses.

Ha sido un año en el que las disparidades económicas han seguido aumentando entre países y entre segmentos de población dentro de ellos. Si usted tiene 2.700 en su bolsillo, pertenece al 50% más rico de la Humanidad. La clase media hoy no solo no crece sino que se ve empujada hacia abajo. Y no está de acuerdo. Por eso reacciona con temor ante un futuro preñado de cambios acelerados por la robotización y la revolución digital que ponen en peligro su empleo y su nivel de vida y trata de defenderse con reflejos de corte populista y nacionalista y con protestas masivas en lugares tan diferentes como Francia (Gilets Jaunes), Chile o Colombia. Otras protestas en Argelia, Sudán, Irak, Venezuela, Kong-Kong e Irán son diferentes porque lo que allí pide la gente es más democracia.

En la Unión Europea hemos pasado el año enredados con el Brexit, que por fin ha roto aguas con la victoria electoral de Boris Johnson, lo que debiera permitirnos concentrarnos en resolver nuestros problemas que no son pocos. En cambio, no se ha resuelto este año ninguna de las crisis locales más preocupantes: Oriente Medio está peor que nunca porque tras la retirada norteamericana la hegemonía regional se la disputan Rusia, Turquía e Irán, con la consecuencia de que Siria, Yemen y Libia siguen inmersas en terribles guerras civiles que la intervención extranjera prolonga; en Corea del Norte la dictadura de Kim Jong-Un ha tomado el pelo a Donald Trump y no le ha dado nada a cambio del plus de legitimidad que el norteamericano le concedió con sus encuentros; y sigue en pie la crisis provocada por los EEUU con Irán (y con el resto de los firmantes) tras su retirada unilateral del Acuerdo Nuclear de 2015, una crisis que amenaza el suministro global de petróleo.

Hoy por hoy no se atisban grandes cambios en el horizonte, aunque es seguro que 2020 nos traerá algunas sorpresas porque la capacidad humana de cometer torpezas es muy grande. Tan grande como la incapacidad de los politólogos para predecirlas.