Qué duda cabe de que muchos años de estudios han hecho que el sueño del adulto sea como un libro abierto. De hecho, la polisomnografía, engloba un conjunto de técnicas que permiten la grabación directa de todo lo que hace nuestro cuerpo durante las horas de sueño. El electroencefalograma, registra el funcionamiento de la corteza cerebral; el electromiograma, el del tono muscular; el electrooculograma, el de los ojos, además de la grabación de los ritmos respiratorios. Por el contrario, por razones obvias, tenemos menos información acerca del sueño de los niños. Pero, como decía al principio, todo lo relacionado con el sueño, siempre nos ha llamado especialmente la atención. Y son muchas las personas que se han dedicado a su estudio. Por eso, sabemos que desde el nacimiento hasta incluso más allá de la pubertad, sufre continuos cambios. Se trata de una especie de maduración hacia el sueño de una persona adulta, obviamente, con ritmos que oscilan de un niño a otro. Desde el nacimiento hasta los tres meses, el bebé duerme casi todo el tiempo. Se despierta cuando tiene hambre; se duerme cuando se siente saciado; a partir de aquí, su duración total comienza a disminuir lentamente; seguirá manteniendo la costumbre de dormir por la tarde, hasta los tres o cinco años. Efectuados estos cambios, se puede reconocer una organización del sueño parecida a la del adulto. Todos ellos son de enorme importancia para los procesos de maduración del sistema nervioso central, así como para un desarrollo físico normal (las hormonas del crecimiento utilizan estos largos períodos de sueño para aumentar su presencia). Ahora bien, debemos tener muy presente que los trastornos del momento de dormirse son bastante frecuentes y tienden a acentuarse durante los primeros cuatro o seis años de edad. Las causas más frecuentes, están en relación con la edad del pequeño. De 0-6 meses, además de las causas orgánicas más corrientes (obstrucción nasal o tos persistente, entre otras), de los errores dietéticos (comidas demasiado copiosas), o el hecho de despertarlo inoportunamente, el bebé también acusa la angustia que le produce tener que abandonar a su madre. A partir del primer año, conforme descubre el mundo, las relaciones con los demás, o el juego, tendrá muchas más dificultades para dormir, porque se resistirá a abandonar tantas cosas bonitas. De los 2-3 años en adelante, pueden aparecer auténticos temores: miedo a la oscuridad, a los animales, ladrones, fantasmas.