Fiscal de Sala Coordinador de Seguridad Vial

Como expuse a modo de presentación en mi conferencia en el Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife sobre las víctimas de accidentes de tráfico, el baremo del seguro y la nueva imprudencia menos grave el pasado día 16 de octubre, mi maestro del derecho fue mi padre, Bartolomé Vargas Escobar, uno de los grandes abogados de la segunda mitad de siglo. Me introdujo en los clásicos civilistas y procesalistas de su biblioteca jurídica, Josserand, Calamandrei y otros, y me transmitió su pasión por la abogacía, por la defensa imparcial de los intereses de los clientes y de sus garantías con honradez y rigurosa dedicación al estudio del derecho que entendía unido a la cultura. He procurado seguir como Fiscal sus pasos en la defensa del mismo modo de los intereses públicos, tutelados por la leyes, especialmente de los más vulnerables, de los que nadie defiende.

El fin de año de 1976, tomé posesión como abogado Fiscal de la Audiencia Provincial de Santa Cruz de Tenerife y lo pasé en una casa de gente buena y sencilla de la isla de El Hierro , la familia de Eligio Hernández, mi compañero de promoción. Me puse la toga en los primeros juicios orales de mi vida profesional ante la Sala Penal presidida por José Luis Sánchez Parodi e integrada por Manuel Sánchez y Luis Fiestas, excelentes magistrados que ya no están con nosotros, pero sí en el ámbito judicial sus hijas, María del Carmen y Francisca, esta última Fiscal , aquí en esta querida ciudad. El último año vino a la Sala Pascual Marín, otro excelente magistrado y catedrático de derecho civil que tampoco está con nosotros, pero sí su esposa, llena de vida, María Luisa Castán, hija de Castán Tobeñas, referencia nacional de la doctrina civilista al que le debía casi todos mis conocimientos civiles de la oposición. También sus hijos, excelentes juristas, Francisco Marín, presidente de la Sala primera del Tribunal Supremo y Fernando Marín mi compañero en la Junta de Fiscales de Sala, Fiscal Togado, recientemente nombrado magistrado del TS. Mi primer jefe fue Temístocles Díaz Llanos y el segundo Pepe Civantos, desempeñando el cargo de Teniente Fiscal, Manuel Pérez Crespo, de elevadas cualidades humanas y profesionales. Completaba la plantilla Diego Domínguez, más tarde José Quetcutti y en los últimos meses de mi estancia aquí Consuelo Madrigal, que iniciaba su andadura profesional culminada en el cargo de Fiscal General del Estado. Entre los buenos abogados, entre otros, Jesús Martínez de Lagos, Marcos Tavío y Julio Pérez.

En mis primeras dudas acudí a Pepe Civantos, a su biblioteca jurídica, muy completa en especial en derecho penal y me llevó a Jiménez de Asúa, a su Tratado de Derecho Penal y Ciencias Penales, obra aún no superada en su configuración y a los mejores textos sobre el proceso penal y me enseñó la técnica de la interpretación para resolverlas y a informar por escrito con propiedad y cita de la mejor doctrina científica y jurisprudencial. Acudí a verle actuar a juicios orales en la Audiencia antes de empezar y me enseñó la técnica del interrogatorio con exquisita sujeción a las normas procesales, agudeza en las preguntas, penetración en las realidades subyacentes y sobriedad para no "andarse por las ramas" e ir al objeto del proceso , a lo controvertido. En los informes, como pórtico central, la valoración de la prueba cuya ciencia escasamente difundida de las reglas no escritas, conocía y el engarce sutil con las normas penales de aplicación al caso examinadas con rigor y con la profundidad de sus conocimientos. Dominaba a asimismo la desconocida técnica de la argumentación basada en la lógica y dialéctica de origen escolástico con razones concatenadas para llegar a la conclusión final que persuadía. Sin estridencias y con discreción.

Me di cuenta de que sabía llevar la toga y me di cuenta de lo que significaba. Fuera de juicio llevaba una "toga interna" demostrativa de que lo que importa de la vestimenta oficial es el contenido. Era el saber estar en el Foro y fuera de él con elegancia, respeto a todos y serenidad, consciente de la función que le correspondía sin salirse de su sitio en ningún lugar. De su gran pasión por los toros quizá le venía el señorío, palabra expresiva de lo que quiero transmitir. Hace años le visité en su humilde piso de cerca de la Candelaria, que es a lo que llegó su sueldo y aún leía los clásicos, en concreto el Ennecerus, cultivaba su afición taurina y paseaba por la zona. Hoy solo se dedica a cuidar con mimo de su mujer.

Pepe no quería ni necesitaba homenajes ni reconocimientos y tuvimos afectuosamente que forzarle al que le dimos con carácter íntimo el pasado 24 de octubre mis compañeros de la Fiscalía y yo, junto con Eligio, hoy abogado, Julio, consejero del Gobierno de Canarias y con la presencia a través de audio de Mariano Fernández Bermejo, mi compañero en la Junta de Fiscales de Sala, Fiscal de lo Militar, al que sucedí en 1976. La sociedad y las profesiones cambian y también las jurídicas, pero hay esencias, modos de actuar, las verdaderas tradiciones que son para siempre y cuando desaparece el brillo de los momentos, todos temporales, permanecen sin verse. No las podemos olvidar y se debe cultivar su memoria, más en esta sociedad líquida, como dice Baumann, que parece devorar con rapidez y olvidar sus propios logros sin saber a dónde se dirige. Nadie empieza nada de nuevo y hay que partir de lo hecho. Han pasado 15 años y la Fiscalía de Tenerife dirigida por Carmen Almendral como Fiscal-Jefe y Farnes como Teniente, con escasos medios, actúa con convicción en la defensa de los intereses sociales encomendados, en la protección de los bienes jurídicos más relevantes con todo rigor jurídico. La huella de Pepe es indudable como percibí en el acto y en el modo de trabajar de mis compañeros.

Pepe no quiso irse de Tenerife a las más altas responsabilidades de la carrera fiscal que le ofrecieron reiteradamente. Lo entiendo. Cuando llegué no solo quedé prendado de las bellezas de la isla, sino del modo de ser, estar y vivir de los de aquí, de los canarios, en general, de su cultura y sabiduría. Por eso necesito volver a mi isla, a mi ciudad recoleta y portuaria de Santa Cruz, a mis recuerdos vivos nunca perdidos y subir a La Laguna como entonces hacía.