No se preocupen: no voy a escribir sobre el anuncio navideño del (vice)presidente del Gobierno, Román Rodríguez, ofreciendo sus buenos deseos al personal con motivo de tan, ejem, señaladas fiestas. No voy a hacerlo porque en estos tiempos de paz y concordia universal, que Román se ponga místico y afectuoso no tiene porque ser considerado una artera ocupación del espacio político de Ángel Victor Torres. Además, Torres se le adelantó con otro anuncio sobre propósitos invisibles, en blanco y negro y con las dosis justas de ternura y buenos deseos.

O sea, que hoy no va de esta manía de machacarnos las redes sociales con felicitaciones virtuales. Va del clásico navideño que es el anuncio del turrón, el "vuelve a casa, vuelve, por Navidad", que es a los anuncios de pascua más o menos lo que el gordo a la Lotería.

Es un anuncia que nos recuerda el valor de la familia, la importancia de los afectos, la necesidad de la presencia...) cosas que motivan a miles de personas (personas de aquí que no están aquí) que intentan hacer lo posible por venir a ver a los suyos en estos tiempos de trajín y luces. Pero muchos no pueden. A pesar del aumento continuado en las deducciones por residencia, hasta alcanzar un descuento del 75 por ciento en las tarifas aéreas para los residentes en Canarias, los canarios que no viven en las islas no han podido acogerse a las ventajas de esa reducción de precios. No han podido hacerlo porque el asunto no va con ellos -la bonificación solo afecta a los residentes-, pero también porque la última deducción ha provocado un aumento lineal de los precios del transporte aéreo que el consejero Franquis calculaba en el pleno parlamentario del 19 de este mes en alrededor del 24 por ciento de media. En plata, lo que eso significa es que con el descuento del 75 por ciento que Ábalos no quería hacernos, el conjunto de los canarios pagamos solo un 13 por ciento menos que antes, y el conjunto de los pasajeros un 24 por ciento más. De media. Cuando llegan navidad, carnavales o el verano, esa media se dispara.

Para una pareja con un hijo, venirse a Canarias en Navidades desde Madrid para ver a su familia, puede costar hoy alrededor de dos mil euros. Una cantidad escandalosa.

Lo que ocurre es que con el descuento a residentes mejora sustancialmente la ocupación, porque la gente vuela más, y al haber más demanda, las compañías suben los precios hasta lo que creen que el comprador puede pagar, cobran completo el billete subvencionado, venden más caro el billete no subvencionado y se ponen las botas.

Cuando Nueva Canarias nos vendió el nuevo aumento, algunos dijimos que estaba muy bien, pero que debía acompañarse de medidas de control a las aerolíneas, o de un sistema de subvención solo hasta un determinado coste. Un sistema que dejara fuera, por ejemplo, las tarifas de primera, porque no se entiende lo de subvencionar el lujo con dinero de todos, y que obligara a las compañías a moderar los precios. El Gobierno español, después de la cancaburrada de Ábalos afirmando que el problema era que los canarios viajamos mucho, prometió que la Comisión Nacional de la Competencia se encargaría de vigilar los abusos, y más tarde que se realizarían estudios con la Pompeu Fabra para el seguimiento y control de la medida.

Seguimos sin saber nada, a pesar de que la oposición popular ha pedido datos del estudio. Quizá sea el momento de recordar que se sabía que esto iba a ocurrir, porque ya pasó cuando la subvención subió del 33 al 50 por ciento. Y que se propusieron fórmulas como la de subvencionar los trayectos -como se hace con el AVE- y no a los residentes, una subvención que a la larga a quien de verdad subvenciona es a las compañías...