Claro que Marruecos ha congelado el proyecto legislativo que redefinía -ampliándolas- sus fronteras marítimas. De veras que es asombroso. El Gobierno marroquí hace esas cosas una y otra vez, porque lo suyo -y lo de su Parlamento- no es aprobar legislaciones, sino amagar propagandísticamente con iniciativas que amenazan el orden de las relaciones y tratados internacionales. En el verano de 2004 Mohamed VI concedió a una compañía europea una licencia de explotación petrolífera al norte de Melilla, justo en el límite de aguas españolas. La licencia se retiró años después, pero en su momento preocupó mucho en el Ministerio de Asuntos Exteriores.

La élite política que maneja Marruecos con la anuencia -y el beneficio- de un rey todavía joven, pero con frecuencia ausente, tiene como principio básico de su estrategia diplomática mantener la tensión. Una tensión en ocasiones extrema y otras casi imperceptible. Y hay que reconocer que los Gobiernos españoles han reaccionado tal y como los dirigentes marroquíes esperaban, salvo la sorpresa del islote Perejil, un gesto militaroide de José María Aznar que, por otra parte, no sirvió absolutamente para nada. España jamás ha exigido a Marruecos en foros internacionales abrir un proceso que culmine con la delimitación de las fronteras marítimas entre ambos países, aunque el Senado aprobó una moción en ese sentido. Cuando se presentan en la asamblea marroquí los proyectos legislativos que han levantado toda la polvareda -y en particular el establecimiento de la jurisdicción marroquí en las aguas del Sáhara Occidental-, era casi obvio que terminaría por paralizarse su tramitación parlamentaria? momentáneamente. El parlamento marroquí no es la cámara representativa de una auténtica democracia, pero los ministros de Su Majestad el Rey, así como los portavoces de los diversos grupos, saben perfectamente a lo que están jugando. A cambio de renunciar coyunturalmente a lo que consideran una exigencia de soberanía, negociarán algún tipo suplementario de compensación a corto o medio plazo. Y el Gobierno español y la Unión Europea, con toda seguridad, volverán a ceder. Es un juego de equívocos, amenazas, ofrecimientos y exigencias que caracteriza a los Gobiernos marroquíes desde su independencia y a lo largo de tres reinados.

Ya desde los años iniciales de Muhammad V lo que se llamó el Sáhara Occidental fue un objetivo central en pro de un relato oficial de unificación territorial. Se consiguió en 1976 gracias a la debilidad política de España y el señuelo irresistible que era el control de las minas de fosfatos de Bucraa. Frente al Sáhara, en el fondo marino, se encuentran minerales preciosos y tal vez petróleo. La oligarquía marroquí negocia, amenaza, advierte, estrecha la mano. Y espera. Sigue creyendo que la política, dentro o fuera de su país, consiste básicamente en esperar.