En una entrevista reciente le preguntaron a Manuel Jabois -es algo que se le pregunta a todo el mundo últimamente- por los límites del humor. Jabois ofreció una respuesta difícilmente mejorable: el humor no tiene o no debe tener límites, pero sí sentido de la oportunidad. Si eres invitado a una reunión de curas burlarse chistosamente de Nuestro Señor Jesucristo no parece ni inteligente ni aceptable. Al administrador único Francisco Moreno le ha pasado algo parecido con el cóctel que ofreció en Las Palmas de Gran Canaria a la plantilla de trabajadores de la radiotelevisión pública. ¿Es escandaloso, terrible, inaceptable gastarse 11.000, 12.000 o 15.000 euros -son las cifras que circulan por ahí, quizás sea un fisco más- en ofrecer una copa a los trabajadores entre el aniversario de los primeros veinte años de la empresa y las fiestas navideñas? No, no es intrínsecamente perverso ni vituperable. Pero no parece muy oportuno.

El copeteo, que incluyó traslados y habitaciones en hotel para los profesionales procedentes de otras islas, se ha entendido por todos los grupos parlamentarios de la Cámara regional como un exceso. El propio presidente del Gobierno, Ángel Víctor Torres, manifestó ayer su malestar desde el banco azul, y a los cinco minutos estaba ahí Moreno recorriendo como un alma torturada los pasillos del Parlamento, indicio evidente de que conocía previamente el juicio presidencial. Desde 2008 existe un protocolo en las administraciones públicas que ha reducido al mínimo las comilonas, bailoteos y cócteles característicos de los años previos a la recesión económica. Creo que las razones esgrimidas por el administrador único son atendibles y coherentes: con este acto quería promover y reforzar el conocimiento de la plantilla de sí misma, cohesionar los equipos, desbrozar tensiones e inquietudes, hablar y compartir análisis e impresiones, simbolizar el comienzo de una nueva etapa. Pero quizás esos objetivos, tan razonables, podrían haberse desarrollado a través de sucesivas seminarios o reuniones profesionales a lo largo de tres o cuatro meses y no bajo el formato de una (modesta) fiestuqui.

A mi juicio Moreno se confundió y su asombro es sincero, y no me extrañaría que creyera que la nube de ligera indignación que se ha formado alrededor de las copas sea un síntoma pueblerino de nuestro afán de destrucción como rebenques sin causa. Puede ser. Pero recuerdo cierta grandeur en su anterior etapa al frente de la RTVC, en la que Moreno sostenía que la televisión pública debería ser su principal patrocinadora y la máxima responsable de su marca, y él, su director general, el insustituible relaciones públicas de la Casa. Recuerdo que no tuve más remedio que asistir a la gala de presentación de una nueva temporada de la televisión autonómica que se celebró con grandes fastos en Arona: un montón de políticos y bastantes empresarios, grupos musicales de moda -inolvidable ver a Julio Bonis bailando al ritmo del Aserejé- y más de 300 invitados emperigotados alrededor de mesas cargadas de bebidas. Mucha peña, esa noche, se quedó en hoteles cargados de estrellas y cometas. Por supuesto, era otra época, y la TVC emulaba a sus homólogas en Cataluña, Andalucía o Valencia. Es tan curioso que nadie recuerde esto. Que haya golfeantes y gilipollas que pretendan contarnos que el mundo empezó ayer y empezará, siempre, cuando ellos chasquen los dedos?.