Cerrábamos la entrada anterior señalando que cuando hablamos de ahorro previsional -aquel destinado a financiar nuestra jubilación- los planes de pensiones son solo una opción. Inmuebles, fondos de inversión, seguros de ahorro, en definitiva, todo un abanico de alternativas financieras válidas, puesto que si bien es cierto que existen diferencias técnicas entre ellas -por ejemplo, su tratamiento fiscal-, lo verdaderamente importante es el motivo por el que se ahorra.

Nuestra preferencia temporal por el corto plazo hace que pensemos en el ahorro para la jubilación como un objetivo que se nos antoja demasiado lejano. En seguida concluimos que ya habrá tiempo para empezar a ahorrar; que aún soy joven para empezar a hacerlo. O que no puedo ahorrar.

Cuando uno establece un plan de inversión a largo plazo, la variable fundamental de la ecuación no es la rentabilidad, sino el tiempo. El tiempo es nuestro gran aliado. Este hecho es fácilmente demostrable cuando comparamos dos planes de inversión que comprendan los mismos capitales, invertidos con la misma frecuencia, y que arrojan la misma tasa de rentabilidad. Observando el capital final -momento en el que rescatamos el ahorro- en seguida nos daremos cuenta que aquel plan que comenzó antes arroja un capital mayor que aquel comenzado con posterioridad. Y esto es así no porque en la primera opción habré invertido más dinero durante más tiempo -al fin y al cabo, llevo más tiempo ahorrando-, sino al efecto exponencial de la capitalización compuesta. Sea como fuere, la regla básica es empezar a ahorrar cuanto antes.

El tiempo no solo es nuestro aliado en términos de capitalización, sino que también permite relativizar los movimientos de los mercados que en breves periodos de tiempo pueden llegar a ser bruscos. Por ilustrar este hecho con datos recientes, basta recordar los meses de octubre y diciembre del ejercicio 2018. Quienes decidieron vender porque no soportaron la volatilidad, no solo realizaron pérdidas sino que se han perdido uno de los mejores ejercicios de los últimos años. No solo renunciaron a recuperar su dinero -cosa que se hubiera producido en los tres primeros meses del 2019- sino que se han perdido una rentabilidad notable. Así, la regla básica es estar siempre invertidos, y no jugar a adivinos.

La inversión a largo plazo también exige convicción, compromiso y hábito, otra de las dificultades cuando hablamos de ahorro a largo plazo.

Convicción para ser consciente de que si queremos mantener el nivel de vida que disfrutamos en nuestra vida activa cuando dejemos de serlo, debemos guardar algo para el futuro. Compromiso para ejecutar un plan financiero que dé respuesta a nuestra convicción. Y hábito para que este proceso, lejos de resultarnos traumático, resulte algo natural. El mecanismo que mejor funciona es pagarnos a nosotros mismos primero. Esto es, no gastar nuestro presupuesto mensual y si nos "sobra" algo, ahorrar; mejor colocar el ahorro delante del gasto, como una partida del presupuesto familiar.

Es mejor ser hormiga -que ya está convencida de la importancia del ahorro-, que cigarra-que se convenció por las malas-.