No es posible caminar si se desconoce el camino o, aún conociéndolo, si no se puede ver por dónde transita o no se distinguen los obstáculos posibles. Si no se sabe qué hacer o cómo hacer, toda actividad es ciega, y por ello, la más de las veces, una acción inútil. Hacer exige saber.

Por eso es tan importante, en una sociedad constituida en torno al bien común, la preocupación por la educación y la formación, inicial y permanente. Ya hemos escuchado la pobreza que hemos manifestado en el reciente Informe Pisa. La destreza de una sociedad abierta, participativa y democrática exige promover la formación. Conocer lo que es verdad y es bueno para hacer las cosas bien. Porque no toda buena voluntad justifica una acción adecuada. Podemos, incluso, hacer daño queriendo hacer bien por una ceguera que olvida la dimensión teórica de toda acción. No sería justo hacer el mal y, mucho menos, hacer mal queriendo hacer el bien. Si no se discierne, las obras son ciegas.

Esto vale para todos, pero especialmente para quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones económicas y políticas con trascendencia y dimensión pública. En este sentido, la semana pasada en una conversación escuché criticar la actual Ley de Incompatibilidades gracias a la cual los mejor preparados y cualificados no se comprometen a participar en política. Lo cual, según me decían, influyen en el bajo nivel de los administradores de lo público y la necesidad de esa tremenda legión de asesores, con lo que tiene de gastos multiplicados.

Para aprender es necesaria la humildad de reconocer que no se sabe todo ni se sabe del todo. Esa certeza de que siempre hay alguien que nos puede enseñar algo. Estar abiertos a escuchar para dejarse interpelar, para discernir si estamos haciendo lo adecuado, lo bueno, y si lo estamos haciendo adecuadamente. Porque toda ética práctica necesita una ética teórica, como la física necesita las matemáticas.

En estas fechas, muchos vamos a hacer el belén en casa, a poner el árbol de navidad, a preparar una cena de familia, a encender luces y estrellas, a cantar villancicos y a brindar. Todo eso lo vamos a hacer. La cuestión es atreverse a saber por qué lo hacemos; la dimensión fundante de nuestras tradiciones culturales y religiosas. Abrir los ojos para entender motivos, causas y fundamentos de unas fiestas familiares, y cargadas de fraterna ternura y fiesta.

El instinto es, para los animales, la garantía de su actuar adecuado. Pero las personas estamos instintivamente disminuidas. Necesitamos razones y fundamentos que justifiquen nuestra actividad.

Atrevámonos a hacer preguntas.

@juanpedrorivero