Cuando en el año 2008 se desplomó la economía del mundo occidental, las empresas y trabajadores de este país se enfrentaron a una extinción masiva. Los comercios echaban el cierre y miles de familias se quedaron con todos sus miembros en paro. Los único que no corrieron el riesgo de perder sus puestos de trabajo fueron los empleados de las administraciones públicas y su red de empresas vinculadas. Tres millones y medio de trabajadores que viven en una realidad mucho más confortable y feliz que la selva privada: no pueden ser fácilmente despedidos, algunos se pueden jubilar a los sesenta años, otros tienen ayudas para gastos familiares, muchos pueden pedir anticipos salariales...

El paro en España se disparó por encima de los seis millones de personas y el país entero se hundió en una depresión económica sin precedentes. Y mientras eso ocurría, las cajas de ahorros, organizaciones bancarias gestionadas por políticos, patronales y sindicatos, jubilaban sus dirigentes y trabajadores con salarios astronómicos solamente unos pocos meses antes de ser rescatadas con decenas de miles de millones.

Durante los años de la crisis, las administraciones congelaron el crecimiento de sus plantillas y redujeron hasta un 5% los salarios públicos. Como canta Sabina, la medida duró lo que duran dos piedras de hielo en un güisky. En cuanto hubo elecciones autonómicas y locales las plantillas se volvieron a disparar. Y todo el mundo sabe por qué. El empleo público recuperó rápidamente la masa salarial que tenía antes de la crisis. Y lo mismo pasó con el excedente bruto empresarial (los beneficios empresariales). Lo único que sigue hoy en los niveles anteriores a 2008 es la masa salarial de los trabajadores privados de este país. Es decir, lo que ganan los que de verdad pagaron la crisis con el sudor de su frente.

Hemos podido conocer que el el gasto de altos cargos en los Cabildos insulares no se sintió concernido por la crisis. El montante dedicado a este capítulo no solo no se redujo sino que siguió creciendo y llegó a su techo en 2010. Y ha seguido creciendo felizmente desde esa fecha hasta hoy: un 67%. Podría parecer una anécdota. El chocolate del loro. Porque... qué son unos pocos millones perdidos entre un océano de dinero. Pero cada gota de ese océano, cada euro, ha sido recaudado del trabajo de hombres y mujeres que se desloman cada día para conseguir mantener a sus familias. Y lo mínimo que se puede pedir es que quienes gastan el dinero público lo hagan con austeridad.

Creo , de verdad, que los que tiene grandes responsabilidades deben estar muy bien retribuidos. Pero cuando toca asumir un sacrificio colectivo, cuando se le pide a todos los ciudadanos de un país que se aprieten el cinturón, las administraciones públicas deben ser las primeras en dar ejemplo. Los políticos y altos cargos porque tienen el deber de hacerlo. Y los empleados públicos porque deben ser solidarios con quienes no tienen sus especiales condiciones de trabajo. Es una vergüenza saber que ni siquiera se despeinaron.