El Real Madrid ha ganado esta década cuatro Champions, la tercera parte de los trece trofeos continentales que acumula desde tiempos prehistóricos. En cambio, en los diez últimos años solo ha conquistado dos Ligas, por siete del Barça. Seguramente se trata de la mayor desproporción entre títulos europeos y nacionales de cualquier club, y es un factor psicológico decisivo para entender la megaliga mundial propugnada por Florentino Pérez.

El presidente blanco quiere transformar al Madrid en Amazon, líder hegemónico de la distribución del balón a través de una competición por encima de las fronteras, que liquida el fútbol de proximidad como daño colateral. La actual globalización imperfecta del césped preserva flecos de romanticismo populista, que serían extirpados al arrinconar los torneos nacionales. Florentino se desempeña con la crueldad del todopoderoso humillado sistemáticamente en la Liga. Poco le importa que la exaltación de su club particular precipite una España vaciada futbolísticamente. Y no hace falta un referéndum independentista ilegal para demostrar que el secesionismo madridista gozaría del apoyo plebiscitario de la afición.

En su actual configuración, la Liga es un diálogo entre madridistas y barcelonistas con alguna intermitencia atlética. En los albores de la competición, los forofos se graban a fuego las fechas de los dos clásicos, como si los otros 18 equipos no existieran. Nadie rechistaría si el campeonato se dirimiera mediante un gigantesco playoff Madrid-Barça, al mejor de cuarenta partidos. La Megaliga mundial constata por tanto una evidencia, el duelo de blancos y azulgrana contra un Paris Saint Germain aplasta al enfrentamiento con un club provinciano. Y con perdón.

Florentino ha de perfilar aspectos colaterales, tales que preservar la condición del palco del Bernabéu como zoco más animado que la Bolsa. La preeminencia de los clubes también lesiona a la Selección, y aquí sorprende la reiteración iconoclasta de un presidente madridista a quien cuesta discutir la vocación patriótica. Y sin embargo, su segundo intento de romper la España futbolística llega solo un año después de haber enturbiado el clima de la concentración del Mundial de Rusia, contratando sin consideración al seleccionador Julen Lopetegui. Aquella zafia maniobra contrasta con la actual exhibición de chequeras de clubes como el Manchester City de Josep Guardiola, tapizados con miles de millones. Ahora bien, Florentino olvida que en el patio de vecindad hispano tiene garantizado el segundo puesto, por lo que invocar a Europa conlleva el riesgo de diluirse en el anonimato.