Tanto telescopio para escudriñar la materia oscura del universo. Tanta neurona echada a perder en tesis doctorales sobre la inmortalidad del cangrejo. Y a nadie, hasta ahora, se le ha ocurrido la genial idea de investigar el misterio que envuelve a las Islas Canarias, como la niebla que oculta los oscuros acantilados de San Borondón.

Este Archipiélago es mágico, como todos sabemos. Porque aquí te pueden ocurrir cosas que en otro lugar son impensables. Por ejemplo, que vayas a hacer un hotel de cinco estrellas gran lujo, con cuatrocientos empleados y una versión de mil pares de pelotas de tenis y aparezca un escarabajo pelotero guanche con tres antenas y arrastrando una pella de gofio y te paralicen el proyecto hasta que el banco te termine ejecutando el crédito y arruinándote de por vida.

Un gigante del mundo de la aviación, esa compañía que todo el mundo detesta, pero en la que suele viajar, Ryanair, ha decidido mantener sus infraestructuras en Gerona y cerrar sus bases en Canarias y despedir al personal. Y no ha sido porque se hayan encontrado una babosa autóctona en las oficinas. Ha sido por la cara. Y estoy confuso. ¿No habíamos quedado en que somos casi casi un paraíso fiscal, que ofrece todo tipo de ventajas económicas a las empresas? ¿No habíamos quedado en que somos, por así decirlo, un chollo?

Va a ser que no. La inversión extranjera en las islas, que este año ha caído a la mitad, está diciéndonos que no. Y la Zona Especial Canaria esa, que se vendía como lo más de lo más, se mantiene a trancas y barrancas gracias a que sus gestores van por ahí como vendedores de enciclopedias pidiéndole a la gente que venga a estas islas a poner sus empresas. Que les falta ponerse de rodillas.

En realidad todo es una filfa. Tenemos menos fiscalidad, es cierto. Pero vivimos en el quinto coño de todo el mundo. Se tarda mucho en venir y bastante más en ir. Y, además, a la gente no le gusta perder ni su tiempo ni su dinero, y ambas cosas se las podemos hacer desaparecer aquí con dos toques de la varita mágica de la pachorra de las Administraciones públicas en connivencia con una especie de habichuela endémica. Los trámites que se solicitan en Canarias conforman una especie de cordón sanitario garantista que disuade a cualquiera que tenga dos dedos de frente en venir aquí a jugarse los cuartos. Nadie se mete en unas arenas movedizas en las que flotan los huesos de los desgraciados que lo intentaron antes.

En realidad, deberíamos ser la Atlántida, porque nuestra especialidad es la economía sumergida y el hundimiento profesional. Si las grandes empresas quieren buscar un sitio en Europa donde poner las perras tienen Gibraltar o Luxemburgo o Irlanda o las Islas del Canal. Pero si quieren invertir, lo tienen incluso más fácil en Marruecos. Sin tanta historia ni película. Nos levantó el tomate como hará mañana con el tráfico marítimo y el turismo.