Canarias es un paraíso para las energías renovables. Desarrollar su implantación no solo tendrá consecuencias benéficas para el medio ambiente, sino para nuestro bolsillo y nuestra independencia energética. Más de un 5% del PIB de las islas se paga en el costo de la energía que producimos, esencialmente en la compra de derivados del petróleo. Lo que resulta inexplicable es que el paraíso de las renovables siga siendo, a día de hoy, el cielo de los hidrocarburos. Como en tantas otras ocasiones, nuestro esfuerzo se ha limitado, con el paso de los años, a elaborar discurso tras discurso, con muy poca repercusión en la realidad.

Es un hecho que la introducción de las renovables no podrá sustituir, durante muchos años, la dependencia de los combustibles fósiles en las islas. Primero porque las fuentes limpias de energía tienen una difícil implantación -sí, también tienen su impacto en el territorio- y existe un grave problema de almacenamiento. No siempre hay viento y en horas de oscuridad no hay sol. Para que la energía que obtenemos de estas dos fuentes pueda ser utilizada cuando se necesite es necesario que sea almacenada en grandes parques de baterías o en masas de agua subidas a alturas desde las que, en la caída, produzcan energía hidráulica.

El consumo de islas como Tenerife seguirá necesitando de sistemas de producción que den una respuesta rápida a las demandas y que sean flexibles para mantener la tensión del sistema de distribución. De ahí que la feroz oposición a la introducción del gas natural, como combustible alternativo a los fueles, sea tan incomprensible.

La gran excusa contra la obra multimillonaria de una regasificadora en el Polígono de Granadilla es que la gran inversión requerida frenará la entrada en liza de las renovables. El plazo de amortización de las inversiones previstas sería muy largo. El argumento es impecable, salvo porque el proyecto de la regasificadora lleva más de veinte años atascado sin remedio. Pero, en todo caso, se puede usar gas sin hacer esa inversión, así que el argumento no se sostiene.

Durante más de tres décadas será imposible que el mix energético de Canarias, en las dos grandes islas, se mantenga sin la pata de los derivados de los hidrocarburos. Y es más, dentro de unos pocos años, todos los barcos que operen en Canarias -y en cualquier puerto de la Unión Europea- tendrán necesariamente que utilizar el gas como combustible. ¿Alguien ha pensado en que eso afectará a las comunicaciones interiores en las islas? Para abastecer de gas a las navieras canarias y a los barcos en tránsito, tendremos que importarlo en barcos gaseros desde la Península, lo que aumentará los costos del suministro y nos volverá menos competitivos. Pero bueno, es la opción que parece que hemos elegido.

Utilizar el gas natural para producir energía eléctrica en nuestra isla es muchísimo mejor que quemar los fueles de dudosa calidad que hoy se utilizan. Es más barato y produce muchísima menos contaminación. Esa es una inquietante verdad. ¿Qué fuerzas actúan para que sigamos utilizando el peor combustible posible? La central de Granadilla, el corazón de la producción del sistema, podría estar utilizando ya el gas desde hace muchos años. Incluso la regasificadora podría estar operativa si los grandes proyectos en esta isla no se eternizaran en interminables trámites y conflictos. Lo segundo ya no tiene remedio: se nos pasó el arroz. Pero es una evidencia aplastante que la mayor decisión que podríamos tomar hoy para reducir las emisiones de gases contaminantes es tan sencilla -y tiene tan poca literatura- como cambiar el combustible que están usando nuestras grandes centrales. Y sin embargo, no lo hacemos. Cabría preguntarse qué extrañas razones impiden algo tan sencillo e inmediato.

La central de Las Caletillas está boqueando. El sistema de producción y distribución eléctrica es claramente obsoleto. Y mientras esto ocurre, delante de nuestras narices, el discurso político se concentra exclusivamente en la imprescindible implantación de renovables, que nos llevará décadas. ¿Y entre tanto? Pues lo que hay. Quemar fueles y tener de vez en cuando algún cero energético. Da igual. Como diría Ray Bradbury, ¿sueñan los langostinos descongelados con la electricidad? Tal vez con gigantes que son, en realidad, molinos de viento.