Cumbre del cambio climático y parece que todo el mundo gira sobre lo mismo, que todo es urgente, que los culpables están señalados y que nada es más importante salvo volver a las cavernas o pulsar a un teórico "restart" del planeta donde volvamos a vivir en un entorno verde, sin asfalto y sin contaminación

Hasta la próxima moda.

Como siempre, los idealismos crean confusión y desesperanza en vez de tomar razón de donde estamos, ecológicamente hablando, y ver de qué manera podemos avanzar y de que otra podemos desandar para que el mundo y sus habitantes -que son lo principal de la cuestión- tengan la posibilidad de disfrutar de un crecimiento sostenible que cumpla con las necesidades medioambientales y energéticas, mientras seguimos creando valor y sostenemos el empleo para que las familias puedan vivir en un entorno de progreso.

Soy profundamente defensor de un medio ambiente saneado que nos aporte mejor calidad de vida, pero no a cualquier precio. Y me explico. Necesito, y creo que necesitamos todos, que el equilibro entre derechos, ideales y estado del bienestar sea el santo grial de cada generación para que no vayamos, como dice la Biblia, de épocas de exceso a épocas de hambruna.

Cuando construimos presas, canalizamos barrancos, reutilizamos agua, apostamos por energías menos contaminantes, ¿No contribuimos a mejorar el medioambiente? ¿Cómo construimos las potabilizadoras? ¿Con hojas de platanera?

¿Si una empresa que construye edificios paga sus impuestos no los destinaremos a sostener los servicios públicos porque sus ingresas estás manchados de cemento?

El medioambiente y la sostenibilidad necesitan de un debate serio. Sin modas, siendo capaces de escuchar, de ponderar, de buscar fondos y aplicarlos enfocándolo hacia su mejora.

Pero los extremos son malos. Y lanzar la primera piedra y esconder la mano, aún más.

Como decía un conocido alcalde del sur de la Isla: Sosiego y calma.

Las discrepancias sobre la formación deberíamos salvarlas porque el objetivo fundamental es el alumnado. La frase es de sentido común y centra el debate sobre la preparación de nuestros jóvenes en lo decisivo, la grandeza de la enseñanza, nunca en las miserias del postureo partidista de quienes juegan con ella como arma política arrojadiza. Hay que romper los clichés viejos y pensar de otra manera para lograr una educación libre e innovadora que dote a los estudiantes de nuevas herramientas con las que trabajar en el trepidante siglo XXI. Nada de ello sería posible sin un 'pacto por la educación' nacional que ofrezca estabilidad al sistema y que acabe con el bochorno de unas leyes cambiantes que han erosionado la calidad educativa.

Los resultados del último informe PISA vuelven a poner en la picota las disfunciones de la enseñanza en España, unas rémoras, que, por su machaconería, perfilan un escenario de incertidumbres sobre la capacidad o no del país para remontar este atraso crónico. La situación de Canarias es una de las más delicadas en este contexto: se encuentra a la cola en Ciencias y Matemáticas, dato pésimo que se convierte en dramático al ser una de las regiones del mundo desarrollado donde más repiten los alumnos, un índice sólo superado por Colombia. Está dinámica es más que suficiente para que el Gobierno autonómico desarrolle un esfuerzo inversor sin precedentes, que no sólo revierta la recesión educativa que vive Canarias, sino que afronte también con valentía los recortes aplicados con la crisis de 2008, unas medidas que han incidido, en especial, en la calidad del profesorado.

El contexto de transformación que vive el planeta, primero con la era digital y, segundo, con la adaptación de las estructuras del proceso productivo a las exigencias para frenar el cambio climático, encaminan al mundo hacia un modelo de formación científica y humanística cuya renovación debe hacerse patente desde la primera escolarización. La sustitución de las personas por las máquinas ha sido un debate clásico desde la revolución industrial. Nunca como ahora, con los espectaculares progresos de la inteligencia artificial y la fluidez con la que circulan los datos, esa posibilidad ha estado tan cerca. Si cualquier ciudadano vuelve la vista atrás, a hace unos lustros o apenas unos meses, podrá comprobar cómo sin darse casi cuenta muchas de las tareas de su entorno han sido progresivamente automatizadas: las compras, los viajes, los trámites administrativos, las gestiones bancarias no requieren de un lugar físico para efectuarse, ni de personas al otro lado del mostrador que atiendan.

La capacidad de los ordenadores, según los expertos, se duplica cada dos años. Ya disfrutamos de avances alucinantes, de ciencia ficción, que parecerán cosa de niños comparados con los que conocerán los nietos de los hoy "millennials". Así ha sido siempre y así será, inmersa la humanidad en un vértigo de progreso constante. La conectividad total y la telemática suponen un salto cualitativo drástico.

La formación y el reciclaje continuo, la predisposición a continuar aprendiendo cada minuto, de cada día, de cada mes, de toda una vida laboral, van a resultar esenciales para conseguir un buen empleo. Los requisitos de la sociedad digital reclaman imbuirse de la novedad y contactar con las primicias tecnológicas con mayor agilidad que antes. Los algoritmos y el 'big data', términos ya usuales, constituyen el pan nuestro de cada día, elementos esenciales del desempeño de cada cual como lo fueron las computadoras y la informática.

¿Tenemos el sistema educativo adecuado para la que se avecina? Rotundamente no. Hay que tratar de conseguir que la red de centros públicos y privados funcione con precisión para suministrar a los estudiantes lo que necesitan: conocimientos que faciliten su inserción.

Estos tiempos requieren de otros saberes para ganarse el sustento con oficios todavía desconocidos. También de menos rigideces para atender las demandas de unas empresas en constante evolución. Carece de sentido licenciar ingenieros que acaban ejerciendo de bedeles y obligar a los empresarios con el paro existente a importar mano de obra o a instruirla por su cuenta por el estrepitoso fracaso de la Formación Profesional.

Igual que la preocupación por la violencia, el feminismo, el cambio climático o el racismo distingue a los jóvenes de hoy, otros valores muy importantes, como el civismo, la lucha contra el alcohol y el tabaquismo o la preparación para el desafío digital arraigarán desde la escuela. No cabe delegarlo todo en los profesores y en el sistema, el compromiso comienza en casa. Las familias desertan de su responsabilidad si dejan de mostrar a los hijos, por ejemplo, cómo se gestionan las emociones. El no, el límite, la libertad individual que finaliza allí donde choca con los derechos del otro, la responsabilidad, el respeto, el esfuerzo, la asunción del error son conceptos básicos para crecer como personas difuminados en este milenio de la satisfacción instantánea del deseo. Es la importancia de educar en valores.

Los robots ni se detienen, ni se cansan. Imposible aguantar su ritmo. La normalización e implantación de autómatas alumbrará otro tipo de sociedad que no alcanzamos a imaginar con precisión, que destruirá unos puestos, pero ideará otros de menos sacrificio físico y más habilidad intelectual. Tampoco hay que sorprenderse o alarmarse. Cientos de miles de cocheros e hilanderas desaparecieron con la irrupción del automóvil y el telar. Los remplazaron millones de especialistas en otras funciones, en un transporte y una industria textil que multiplicaron su potencialidad. No ocurrió de la noche a la mañana.

Hay que prepararse para que el triunfo de la tecnología no profundice la desigualdad. El pilar sólido, fundamental, para evitar el enquistamiento de una nueva clase social de desheredados es el conocimiento. Solo una educación de calidad y flexible puede garantizar que no haya ganadores y perdedores en la aventura. Adentrarse en el futuro significa pensar únicamente en los alumnos, no en la política. Derribar muros en vez de elevarlos.