Cuarenta empresas han retirado sus anuncios de 'Gran Hermano' tras el escándalo del uso de la presunta agresión sexual a una concursante, pero los espectadores no han dado la espalda al programa

Ni un día sin una buena lección de periodismo desde las redes sociales, desde la prensa subvencionada, los gabinetes de comunicación o vía whatsapp. Quienes siempre hemos defendido la importancia de la formación continuada para los profesionales de la información estamos pagando karma. El último seminario a coro lo hemos recibido a cuenta de la campaña de la energética que envolvió este lunes los principales periódicos del país con su publicidad por el inicio de la Cumbre del Clima en Madrid. Me han interesado sobre todo las escandalizadas reacciones de compañeros de medios públicos, o sea, los que cobran de los impuestos que puedo apoquinar gracias a que mi empresa paga mi nómina porque tiene unos ingresos que en buena parte proceden de la publicidad. Parece que vivan sin aire, como canta Maná, pero no. Viven de nosotros, igual que esos políticos ecolos que van dando lecciones de integridad lectora mientras permiten las nuevas pequeñas urbanizaciones que, créanme, no se iluminarán con velas. Nos chirría mucho la publicidad, pero más la ajena. Muy instructivas las peroratas de actrices y presentadores que luego siempre han venido aquí para hablar de su crema, o de su libro, o de su serie, y por ende de sus patrocinadores. Donde hay publicidad no resplandece la verdad, nos lo enseñaron en en primero de carrera. Pero desaparecida la publicidad no desaparece el problema real. Ojalá. Verbigracia, la prostitución.

Algunos medios de comunicación, como por ejemplo este diario, ya no publican anuncios de explotación sexual femenina. Sin embargo, la ley que tiene que regular esta actividad, y prohibir no solo el proxenetismo, todavía no es más que un desiderátum del futuro gobierno progresista, una recurrente promesa electoral. Y ya veremos. La presión social ha obligado a mover ficha a las empresas, pero no puede con la pereza de los representantes democráticamente elegidos. Que, como mucho, colgarán un lazo del balcón del edificio institucional de turno.

La presión social, qué cosa tan interpretable. Hasta cuarenta anunciantes han abandonado Gran Hermano para desvincularse del supuesto abuso sexual que sufrió una concursante, Carlota Prado, en la edición de 2017. Las firmas, de distintos ámbitos pero todas importantes, no han querido asociar su imagen a la posibilidad de que el programa grabase a la joven mientras se le mostraban las imágenes de la agresión de que fue objeto, en lo que supone rizar el rizo de la explotación del morbo para ganar cuota de pantalla. Podía parecer que este órdago a la ética enterraría definitivamente un formato obligado a envidar o perecer, mas no. En plena caída en picado de su reputación, la semana pasada GH batió récords de audiencia y volvió a registros de espectadores que no cosechaba desde 2015. Más de tres millones y medio de personas se mantuvieron pegadas a la televisión el jueves en una gala mucho más dinámica porque no fue insistentemente interrumpida para dar paso a la publicidad, y más de dos millones ochocientas mil el domingo. Me pregunto qué ocurrirá ahora que los audímetros han hablado. Si las marcas deberán recular y buscar a sus destinatarios allí donde se encuentran, delante de la tele esperando el próximo episodio de telerrealidad penosa, o si se quedarán predicando en el desierto.