La iluminación navideña de las calles es un reflejo de la oscuridad moral reinante. Los alcaldes compiten por ver quién tiene más luces (también en el sentido figurado) en vez de procurar que nadie duerma al raso. Estaría bien que rivalizaran por eso y no por el número de leds con el que adornan sus avenidas y que desconciertan a los pájaros. Dicen los ornitólogos que la contaminación lumínica afecta mucho a las aves urbanas, pues no saben si es de día o de noche, pobres, frente a las fluorescencias con las que las castigamos durante estas épocas festivas. Ayer, viniendo de comprar el periódico, hallé dos mirlos muertos al pie de una farola. Los cogí de las patas y los arrojé a un contenedor de residuos orgánicos para que los reciclaran. Luego pensé que debería haberlos enterrado en el jardín. Pero lo tengo ya lleno de cadáveres.

En Madrid disponemos de una institución llamada SAMUR a cuyas puertas, con frío y lluvia, pasan la noche familias enteras que carecen de hogar. Lo grave es que SAMUR significa Servicio de Asistencia Municipal de Urgencia y Rescate. He ahí un caso de contaminación verbal. Las palabras atraen con su brillo a los indigentes, a los que luego han de atender los vecinos de la zona porque la asistencia municipal ni está ni se la espera. Los biberones de los más pequeños se calientan en el microondas de los inquilinos del tercero izquierda del portal de enfrente. Cuando llegan a su destino, le leche se ha enfriado otra vez. Las madres la calientan bajo su cuerpo, como el que empolla un huevo y al final consigue que el bebé se la tome tibia.

Desde las puertas del SAMUR Social, si miras hacia arriba a eso de la media noche, te crees que está amaneciendo y no es eso: es que las bombillas de la Gran Vía emiten un resplandor que produce ese efecto catastrófico para quienes esperan con ansiedad la llegada del día. Durante el día el pánico alcanza otra dimensión. Se reduce a miedo, diríamos. De modo que la contaminación lumínica que despista a las aves también daña a los pobres. El alcalde y los concejales bajan las persianas de sus dormitorios y duermen tranquilos. No hay polución que los afecte.

No hay conciencia.