Escucharán ustedes estos días muchas explicaciones sobre los penosos resultados de las islas en el último informe PISA. Por si no lo han leído, lo que el estudio internacional viene a decir, con meridiana claridad, es que los alumnos canarios, de quince años, están a la cola de toda España en las pruebas de matemáticas y ciencias.

La primera reacción ante este sopapo, es de manual: poner en cuestión el propio estudio. Es una vieja técnica que empezó a practicar un antiguo rey de Armenia, Tigranes, con quien le llevaba malas noticias. Con ello consiguió estar muy feliz, aunque perfectamente mal informado.

Resulta asombroso que los miles de educadores canarios no se sientan directamente concernidos por el fracaso de nuestro sistema educativo. Porque ellos son los protagonistas principales. Se dice, con razón, que la formación de los jóvenes es también responsabilidad de la familia. De acuerdo. Pero el fracaso es en matemáticas y en ciencias y los padres no cobran por enseñar a resolver logaritmos. Repartir responsabilidades entre todos es la mejor manera de que nunca haya responsables nada.

Canarias no es la comunidad que menos invierte en educación. Las cifras, per cápita, la ponen a un nivel similar a Madrid, Andalucía o Cataluña. Y salvo que pensemos que las familias canarias son especialmente nocivas, los mismos factores externos responsables del fracaso educativo, que aquí atribuimos al entorno familiar o social, deberían producirse en otros lugares del Estado. Pero nosotros estamos en la cola.

Algo está fallando estrepitosamente en nuestra Educación. Cualquiera puede hacer un diagnóstico de barra de bar. Podemos echarle la culpa a la tropicalización social de Canarias, perdida entre la salsa, el merengue y el pasotismo. O a la pobreza y la exclusión social que generan, en un perverso círculo vicioso, más candidatos al analfabetismo funcional. Pero lo que hacen falta son datos científicos. Lo que necesitamos es un diagnóstico de cuáles son los fallos de un sistema que una y otra vez se ve relegado a la cola de todas las redes educativas de España.

Cada vez que se percibe este fracaso acudimos a las mismas fuentes. Para afrontar el problema, se dice, hace falta dedicar una mayor financiación y llegar al 5% del PIB de Canarias. Se afirma que hay que diminuir el ratio de alumnos por aula y que, por lo tanto, hay que contratar más profesorado. Todo eso --más inversión en una Comunidad que no tiene recursos-- está muy bien, pero no explica nada. En el próximo año, 2020, dedicaremos 1.878 millones del presupuesto de las Islas a la Educación pública. Por supuesto que estamos muy lejos del País Vasco, pero no estamos a la cola de la inversión por habitante, solo de los resultados. Y es significativo, si tenemos en cuenta que el País Vasco, precisamente, es el territorio que cuenta con el menor número de empleados públicos en relación a su población.

El pisotón de PISA nos refresca otra vez, como cada vez que se publica el estudio, nuestro fracaso. Lo que no cambia es que no cambia nada.