Siguiendo nuestra inveterada costumbre, más canaria que el gofio, seguimos sorprendiéndonos de las evidencias. Se han publicado las cifras de la población mayor de 65 años en las islas, en contraste con una baja natalidad, para ponernos el pelo blanco. Existe una gran bolsa de ciudadanos que están a punto de aterrizar en una problemática jubilación sin que exista detrás una masa suficiente de futuros trabajadores para mantener el sistema.

El asunto es que no es un caso especial de Canarias, porque pasa exactamente igual con la población de España. Por si no nos habíamos dado cuenta, la quiebra del sistema de la Seguridad Social se basa precisamente en eso: menos cotizantes, con salarios a veces más bajos que las pensiones que tienen que sostener y más jubilados que ingresan en el sistema. Un cóctel explosivo.

Las cifras que se manejan no advierten que Canarias es una Comunidad donde la población ha crecido muy por encima de la media del Estado. El crecimiento demográfico puede venir a través de la fecundación o de la inmigración. Es indiferente. El origen del aporte de ciudadanos, a las sociedades, se la trae perfectamente al pairo. No solo no tenemos un problema de incremento poblacional, sino que el problema real es si la carga de población que sostiene hoy nuestro territorio y nuestra economía es sostenible.

En la actualidad tenemos en el archipiélago doscientos y pico mil parados. Y los tenemos de una forma que parece estructural. Esa decir, que esta gente no es capaz de encontrar un puesto de trabajo porque sencillamente no existe. Plantearnos tener mayor población es delirante, porque el verdadero asunto es si la población que tenemos puede acceder a una vida digna y a una vivienda razonable.

Hay otras cifras que nos dicen que la burbuja del turismo está pinchando. Que las inversiones extranjeras han caído en este piélago de burócratas, donde invertir es morir un poco. Que empieza a destruirse empleo. Y que nuestra tierra aborda un año difícil, el que viene, sin haberse curado de sus males endémicos. Preocuparnos porque existe una población envejecida, una para la que no tenemos residencias de mayores y a las que ofrecemos un tenebroso panorama de unas pensiones en riesgo, no está mal. Pero deberíamos preocuparnos bastante más del hecho de que para todos los habitantes de Canarias, mayores y menores, las oportunidades de acceder a la riqueza son una filfa.

Un país que ha transformado su principal modo de vida en la solidaridad tiene tendencias suicidas. La dependencia casi absoluta de la voluntad ajena suele ser, a la larga, un negocio bastante peor que el de depender de tu propio talento y capacidad. Hace décadas que dormitamos en ese dolce far niente económico, que publicamos las cifras de nuestras escandalosas carencias y que nos sorprendemos. Porque eso es lo único que parece que hacemos. El acervo genético canario consiste en la eterna sorpresa de descubrir cada día que este paraíso sin par es de cartón piedra.