Una mujer que se puso delante del cañón de un arma de fuego y se llevó tres tiros destinados a su hermana consiguió acobardar al político de Vox Ortega Smith exigiéndole respeto a gritos.

La valentía es la virtud de las virtudes, en mi opinión. Mi preferida.

Por lo visto además el pasado día contra la violencia machista, va a ser el único antídoto contra el fanatismo y el discurso del odio instalados cómodamente en las instituciones democráticas para parasitarlas y estropear su normal funcionamiento. A Vox se le vota por inseguridad y por miedo: al diferente, al pobre, a perder cancha o privilegios.

Tampoco hay ningún coraje en su discurso, solo cuatro lágrimas de cocodrilo por el franquismo perdido. Toda esa épica que vendieron en la campaña electoral de tíos cabalgando a pelo que exigían defenderse como hombres de las feministas era un disfraz de Halloween, y de los baratos.

Se vio el lunes, cuando una mujer en silla de ruedas increpó al diputado hispanoargentino Javier Ortega Smith, quien no pudo aguantarle la mirada. No se atrevió. Esa mujer airada se llama Nadia Otmani y es una valiente. No por reclamarle a gritos al preboste de la ultraderecha respeto para las víctimas de la violencia machista, que también. Hace veinte años se puso delante de su cuñado, que apuntaba con un arma de fuego a su hermana y a su sobrino de año y medio, y se llevó los tres tiros destinados a ellos. Dos en la cabeza y uno en la espalda, que es la diana favorita de los cobardes. Una mujer de origen marroquí que se pone delante del cañón de un machirulo ofuscado, de un delincuente, de un asesino en potencia, que sobrevive y dedica su vida a combatir el machismo que mata solo puede provocar una emoción en alguien como Ortega Smith, cuya mayor gesta conocida consistió en colocar una bandera española en Gibraltar y salir huyendo a nado. Esa emoción es el miedo.

Ya repuesto del susto, se quejó el político de haber sufrido un escrache de la izquierda. Cuidado, que todavía acabaremos pagándole un guardaespaldas para que ninguna otra víctima se le acerque para incomodarle.

Nadia Otmani aprovechó el momento y usó la palabra contundente para exigir que no perdonemos lo imperdonable, ni normalicemos el sufrimiento y la desigualdad, ni consintamos la burla de todo ese dolor por un puñado de votos. No todo el mundo lo hace, ni lo haría. Leo que al día siguiente de su irrupción en la actualidad del 25 N, el Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial ha concedido a la reina Letizia el premio anual al compromiso en esta lucha por su trabajo. ¿En serio? Le conviene al Observatorio limpiar las lentes de su telescopio, apañadas vamos si todos sus diagnósticos resultan tan certeros como esta elección. Jamás he visto que la consorte española haya elevado su voz por la causa feminista como sí hacen algunas de sus homólogas europeas, en especial las de las casas reales escandinavas. Podría emplear su repercusión y su capacidad de influencia contra el maltrato y el sexismo, pero se limita a algún discurso insípido y desganado con vaguedades y generalizaciones en foros que no levanten ampollas. El último, al recoger la mencionada distinción del órgano de gobierno del poder judicial, cuando envió "un recuerdo permanente y respetuoso para todas las mujeres asesinadas en lo que va de año". Hubiera estado bien escucharle pronunciar las palabras "machismo" o "feminicidio", o exigir más medios para proteger a las mujeres. Pero qué va. La valentía no tiene premio.