Romanones declaró ante las Cortes que "yo, cuando digo jamás, me refiero siempre al momento presente". La aplicación de esta norma inviolable evitaría el socorrido reproche a los políticos que cambian de opinión cuando cambian las circunstancias, como sugería Keynes. En esta denuncia integrista de la herejía perpetua subyace el mayor conflicto de la España actual. Enfrenta a los ciudadanos investidos de votantes con los opinadores que, genéricamente, se han desgajado de las masas a quienes teóricamente representan. Hablamos, claro, del pacto PSOE/Podemos.

Los votantes, incluso los que participan en referéndums de independencia, han demostrado ser más dignos de confianza que los políticos, y no digamos que sus portavoces camuflados de faros de la opinión pública. El PSOE se escoró notablemente a la derecha durante la última campaña, pero por lo visto se olvidó de anunciarlo a sus votantes y sobre todo afiliados, que han votado masivamente por un pacto con Podemos que siembra el pánico entre los opinadores. Solo el huérfano Felipe González y sus familiares más íntimos votaron contra la coalición.

Lo importante para el prestigio de Sánchez no es la identidad de su socio, sino que la negociación llegue a puerto y sea longeva. Lo ha aprendido a fuerza de golpes, pero el refrendo masivo que ha recibido su apuesta no coincide con una encuesta que se hubiera ceñido a los inapelables creadores de opinión madrileños, ni siquiera a quienes presumen de progresistas desde los tiempos de la pana. Cuando se menciona el retroceso de las libertades, que incluye a políticos presos por el ejercicio de sus cargos, se suelen atribuir las culpas a los gobernantes en general o a los jueces. Se olvida el papel culpable de los periodistas de élite, acobardados frente al coraje de los humildes militantes de los partidos. Con nuestros clásicos no se hubieran atrevido.