Sinceramente, que Noemí Santana le haya copiado a su reprobada Cristina Valido -literalmente- siete de las cuarenta páginas de la memoria presupuestaria de la Consejería, además de repetir más de un centenar de párrafos, se me antoja mucho más un enorme ridículo que un grave escándalo. La práctica tradicional en los Presupuestos es copiar los renglones del ejercicio anterior, y sobre ellos introducir modificaciones en los números. Así se hace aquí y en todas partes, y la técnica que vale para los números del Presupuesto vale también para la literatura de la memoria presupuestaria. ¿Para qué cambiar el discurso si las políticas que se aplican y los números son básicamente los mismos? Noemí Santana no ha cometido más error que el de hacer el ridículo cuando aseguró que cambiaría las políticas de la Consejería, dándoles la vuelta como se voltea un calcetín. En realidad, lo que va a hacer Santana es lo mismo que hizo la Valido, porque ni hay cuartos para hacer otra cosa, ni probablemente sería de recibo hacerlo, aunque hubiera cuartos. Por eso, la literatura descriptiva que incorpora la memoria de la Consejería de Santana reproduce al pelo la de la Valido, como la de la Valido copiaba la de la anterior consejera en el Gobierno bífido CC-PSOE, Patricia Hernández, y como esta copia la anterior. Lo que hace que el caso resulte ahora abochornante es recordar las barbaridades que dijo Santana cuando justificó la reprobación de Cristina Valido, refiriéndose a esas políticas nefastas que ahora reproduce no sólo en la ejecución de su Presupuesto, sino incluso en el discurso que las explica y justifica. Esto es más bochornoso que gobernar con los Presupuestos del contrario, como tiene que hacer Sánchez: es gobernar con sus argumentos.

Dicho eso, el problema no es lo que se dice ahora, sino la contradicción flagrante entre lo que ahora se dice y escribe y la abundancia de mala literatura que Santana utilizó durante la campaña electoral, cuando prometió el oro y el moro a los votantes, y resolver los problemas de la dependencia, y acabar (poniendo pasta propia) con la penuria de las pensiones no contributivas, y dignificar la Prestación Canaria de Inserción, y además (es importante recordar que era además), entregarle 600 euros a cada persona sin trabajo, gracias a esa fórmula de Fierabrás que iba a ser la renta social básica.

Al final, todo eran pamplinas. El florido Gobierno ha metido algo más de cuartos, pero no lo suficiente para modificar las políticas que iba a cambiar para que cada uno de los canarios recibiera munificentemente las ventajas de que Unidas Podemos lograra su acceso preferente a los cielos y moquetas del poder.

Cabe reflexionar entonces sobre la banalidad de todas esas promesas electorales que se hacen a sabiendas de que no pueden cumplirse, de esos discursos falsarios en los que se estigmatiza al adversario por no hacer lo que se sabe con certeza que no puede ni podrá hacerse. A Santana le han crecido los enanos en su circo de compromisos imposibles, con la demostración palmaria de que cuando se llega al poder, las promesas se adaptan al presupuesto, y todo el márketing electoral se reduce a ruido vacío de contenido.

Probablemente no es Santana la única miembro del Gobierno que se enfrente a este donde dije digo digo Diego al que obliga la escasez de recursos. Ni tampoco la única a la que pueda acusarse de copiona y poco currante, en este Gobierno o en los anteriores. Quizá sí sea la que, ante la exposición pública de su ridículo, se revuelve airada -como la Reina de Corazones de Alicia- pidiendo que le corten la cabeza al mensajero.