El valor de la palabra es cada vez menor. Hubo un tiempo en el que si se afirmaba algo y se sellaba con un apretón de manos, eso tenía un valor superior al que hoy da el mejor documento notarial. La propiedad privada era privada antes de que existieran registros de la propiedad. Ahora es el docu-mento debidamente firmado el que da valor a la palabra. De hecho, el refranero postula que a las "palabras se las lleva el viento". La palabra casi no vale nada. Si eso es así, la verdad importa muy poco.

Un contrato, un acuerdo, un convenio, un programa, todo necesita que su contenido sea fiable. Si la palabra que da una persona no tiene valor, ¿qué lo tiene? El juramento o la promesa no acompaña la firma en la toma de posesiones de un cargo público. Es la firma la que acompaña al juramento o a la promesa. Lo que la palabra afirma queda recogido en un documento para que todos lo sepan y lo reconozcan como tal. No deberíamos permitir que la palabra dada deje de tener valor. Para ello es necesario dos virtudes sociales que deben ser promovidas: la fidelidad y la confianza.

Quien promete ha de ser fiel; quienes lo escuchan deben tener confianza en que cumplirá. Ambas virtudes se necesitan. Si no hay confianza, la fidelidad no se siente motivada; pero si no hay fidelidad, la confianza se desgasta hasta perderse. En todo contrato social, público o privado, ha de haber confianza y ha de haber fidelidad.

Puede ser por eso que desaparecen de las páginas web de los partidos políticos los programas electorales tras él cómputos de los votos y su conversión en escaños: para que no tengamos ocasión de sufrir el desengaño lógico en la confianza que hemos depositado junto al voto en la urna. Y no se deben quejar de poca fidelidad en el voto cuando los elegidos no han sido fieles a las promesas que hicieron. Una sociedad no puede sufrir, primero el machaqueo de propuestas preelectorales, y después la frustración de su confianza por las infidelidades de quienes toman posesión de su función pública. Si quieren nuestra confianza, que sean fieles.

Hay cierno nivel de variabilidad normal fruto de la misma vida misma. Las circunstancias cambian y debemos cambiar con ellas. No me refiero a esa lógica variabilidad. Me refiero al "digo-Diego" que contemplamos normalizado en quienes deben su función a la elección de los ciudadanos. Ser elegido pro otros es un acto tan digno que toda infidelidad es una terrible indignidad.

"La fidelidad dijo que no, y la confianza se fue a un alargo viaje, tal vez para nueva volver. Pidió perdón la fidelidad a la confianza, pero ya estaba lejos para poder escuchar".

*Delegado de Cáritas diocesana de Tenerife

@juanpedrorivero