La izquierda tiene odio y miedo furibundo a la derecha. A la derecha le causa pavor la izquierda. Y el mayoritario resto del mundo tiene miedo de las dos. A pesar de que dulcifican sus discursos, a los extremos se les ve la patita. Hay un nuevo modelo de socialismo real que quiere que el Estado sea aún más poderoso e interventor en la vida de la gente. Y un nuevo neocapitalismo que pretende debilitarlo hasta el borde de su liquidación. Pero, en realidad, ninguno de los dos extremos tiene grandes posibilidades de conseguir nada. Las democracias europeas, nacidas de las socialdemocracias y los liberales, han progresado en la moderación. Y la mejor vacuna contra los radicales consiste en ver hasta qué niveles de pobreza y dificultades han llevado a los países que han caído en sus zarpas.

En Coalición Canaria han surgido voces indignadas porque se haya anunciado el apoyo de su diputada a un gobierno del PSOE con Podemos. Porque, a su vez, muchos votantes han llamado cabreados de que su voto vaya a parar a un gobierno donde está ese peligroso rojo de Pedro Sánchez. El problema es que quienes han puesto el grito en el cielo por esa posibilidad son los mismos que lanzaban mensajes por la unidad nacionalista con Nueva Canarias. Tiene muy poco sentido estar mojado y seco al mismo tiempo. Porque Nueva Canarias no tiene ningún problema en pactar con la izquierda verdadera ni en Canarias ni en Madrid. Y si quieres ser compañero de viaje, más vale que hagas el equipaje intelectual adecuado al clima en el que te estás metiendo.

Tengo la impresión de que Oramas no va a votar por un gobierno donde esté Podemos, aunque le pongan delante una agenda canaria en donde las carreteras estén asfaltadas con platino y las rayas continuas pintadas con pan de oro. Primero, porque es bastante difícil que alguien obtenga de Pedro Sánchez una sonrisa verdadera o una concesión presupuestaria. Y segundo, porque los votos de los canarios solo serían relevantes de conseguirse una serie de acuerdos que siguen siendo casi imposibles.

La realidad es que estamos en una especie de nuevo postureo. Sánchez e Iglesias se han abrazado, con una pinza en la nariz y un brote de amnesia retrógrada, para ofrecer la imagen ante todos los ciudadanos de que esta vez ellos están por hacer un gobierno. Pero para que esa foto falsamente feliz tenga sentido, como el polvo enamorado, es menester que Ciudadanos termine su propia voladura apoyando la investidura de Sánchez o que Esquerra Republicana de Cataluña, acogiéndose a la futura ley de eutanasia, decida suicidarse dándole sus votos al PSOE. No parece que ambas cosas vayan a suceder.

La política en España es cambiante e imprevisible. No hay más que ver que lo que ayer era imposible hoy ha sido fulgurante. Pero al acuerdo entre PSOE y Podemos le hace falta lo que no tiene. El voto de los independentistas catalanes está condicionado a la celebración de un referéndum de autodeterminación que es imposible. Y el de los restos de Ciudadanos significaría su propia autoliquidación. El camino que eligió velozmente Sánchez no tiene salida y nos lleva de cabeza a unas nuevas elecciones generales. Sí, aunque les parezca imposible.

Como en una divertida paradoja del destino, Pedro Sánchez debería haber hecho hace unos meses lo que está haciendo hoy -pactar con Podemos, porque tenía mayoría- y debería haber hecho hoy lo que hizo hace unos meses; permanecer solo y pedir el apoyo o la abstención por sentido de Estado. Si no se hubiera abalanzado fulgurantemente a un pacto de Gobierno con la izquierda verdadera, el líder del PSOE podría apelar a la abstención patriótica del PP o al apoyo de una mayoría del Congreso a un gobierno en minoría del partido más votado, que es el suyo. Pero esa puerta se la ha cerrado con el pacto de Gobierno que representa la situación en términos de bloques y nos sumerge de nuevo en el bloqueo.

Si no fuera porque sé que es imposible -no puede existir nadie tan maquiavélico- pensaría que ese súbito ataque de cariño de Pedro por Pablo no es más que el principio de su próxima campaña electoral. Una en la que nadie en su sano juicio le pudiera decir que no intentó cumplir con sus obligaciones como partido más votado. Una en la que se presentará como el líder responsable que lo hizo todo para ser presidente aunque no lo pudo conseguir. Porque al final desde Cataluña le pidieron un precio que no estaba dispuesto a pagar. Hasta Abascal gritaría ¡Viva España!