Recién exhumado Franco y enterrado en el lugar que designó el Estado democrático, van los irrespetuosos nietos y abren el joyero de la abuela muerta para vender en Londres las mejores alhajas de cuando el dictador se enriqueció o de cuando su esposa iba y le metía un sablazo al joyero con la adquisición ficticia de una buena pieza. La collares, como llamaban a la señora del caudillo, se encaprichaba con una alhaja y dejaba al comerciante a dos velas, porque El Pardo nunca pedía factura para abonar el caprichito. El gremio estaba tan hecho polvo que entre todos acordaban compensar a la víctima de los desmanes apropiativos de la dama, cuya joyitis perturbaba por un tiempo el balance del atracado.

Las asociaciones de la memoria histórica exigen que el Gobierno en funciones investigue, vía diplomática, la procedencia del botín, tasado en unos 400.000 euros, al sospechar que pueden formar parte del patrimonio del Estado, al que llega a través de las donaciones privadas que reciben los nacionales para su cruzada. No creo que esta subasta de postín tenga que ver con el pacto que da entrada a Unidas Podemos en el Consejo de Ministros, una mala noticia para la familia Franco. La prole, ante la coyuntura, se pone las pilas para una liquidación express de la herencia de los abuelos, multiplicada por los descendientes sin que nadie les haya molestado gracias al estatus de intocables que alcanzaron con la Transición. El paso del tiempo es maravilloso: décadas atrás, la hija del dictador, iniciada la democracia (o en ciernes), fue pillada en Barajas con una maleta con un tesoro que, según manifestó a la policía, llevaba a Suiza para que le hicieran un reloj. Hacienda le abrió un expediente del que salió indemne, como no podía ser menos en un país con los derechos y deberes en taparrabos. Pero ahora no es igual: estos diamantes de tamaño respetable, provenientes de la riqueza más laberíntica en tiempos de hambre y muerte, bien merecen una investigación. El espectáculo es tan repugnante que es irremediable considerar que el paso del tiempo tampoco mejora a una estirpe.